Es historiador y tiene dos postgrados, un doctorado en México y otro por la universidad de Salamanca. También, tiene estudios postdoctorales por la universidad de Texas A&M, la Sorbona en París y actualmente, es investigador de tiempo completo fuera de México. Regresó para tomar unas merecidas vacaciones con sus amigos, quienes se dieron el lujo de contratar un yate para navegar un par de días por el mar de Cortés. Maldito Covid; la tripulación entera enfermó y les tuvieron que cancelar, previa devolución de su dinero y la promesa de un descuento futuro. O eso les dijeron.
Como él ya había comprado su boleto a Cabo San Lucas, Baja California, decidió hacer el viaje de cualquier forma. De último momento, resolvió que rentaría un coche y recorrería toda la península hacia el norte, hasta llegar a Tijuana y de ahí, en tren a Los Ángeles, California, desde donde volaría de regreso a su hogar. Quizás el tiempo solo, alejado del bullicio, le permitirían continuar con la escritura de su último libro e investigación. El hospedaje, ciertamente no era caro y la universidad le había dado tres semanas de descanso.
Estaba, pues, su avión sobrevolando la zona para hacer escala en el aeropuerto Manuel Márquez de León, cuando recordó lo último que había estudiado de ese lugar: en la época de los años cuarenta del siglo XX, un demente que se presentía un iluminado por el cristo, organizó por ahí, una colonia árida y creyente de campesinos con corte nacionalista y populista. Luego, con ayuda de falangistas y norteamericanos gandallas, buscaron instaurar sus propias leyes y reglamentos y si no mal recuerda, se bautizó a tal lugar como “La María Auxiliadora”, donde era obligación orar y no beber alcohol ni las mujeres usar afeites.
Recordó también, que a mediados del siglo diecinueve, un médico y abogado William Walker, que unos años más tarde fuese elegido presidente de Nicaragua, ocupó también la misma zona, también con apoyo de algunos norteamericanos gandallas, e instaló también, su propia colonia, pero esta vez, con un fuerte militar donde se atrevió a izar una bandera con dos franjas rojas y dos estrellas, y proclamó que todo el territorio de Baja California era a partir de esa fecha (1853), una república libre e independiente de México.
Se hospedó en un hotel tan estrafalario en Cabo San Lucas, que tenían camellos para pasear en la playa. Muchos rusos tatuados con actitud envalentonada y gritona, lo ahuyentaron de inmediato. No soportaba esos desplantes ni excesos. A la mañana siguiente, casi de madrugada, tomó el auto rentado camino a Loreto; serían según su teléfono, como seis horas de camino, pero él se detendría donde le diera la gana. Esa era la ventaja de viajar sin itinerario fijo.
El historiador creyó que había caído en una dimensión desconocida. En el puesto de mariscos donde almorzó, tres o cuatro rusos. En la gasolinera donde cargó, turistas rusos. En el paraje donde se detuvo a mear, constructores rusos planeando un hotel. En Ciudad Constitución, a casi 50 grados, se detuvo en un Super Ley por un suero y el cajero le reiteró: un pequeño grupo de rusos estaban también ahí viviendo desde hacía algunas semanas, pagaban en dólares y aún era fácil verles la cara con el cambio.
Entonces recordó que muy al norte, en el Valle de Guadalupe, también había una colonia rusa, los molokanos. En la historia, meditó, la independencia de Baja California se evitó gracias a la intervención del gobierno mexicano, a un puñado de valientes y a que el gobierno norteamericano de esas fechas, no respaldó a los golpistas. Pero, ¿y si ahora quisieran los rusos irse adueñando de Baja California, los gringos se darían cuenta con tanto problema que tienen? ¿Sería este territorio una Cuba nueva apuntándoles de cerca? ¡Que va! Se fue con prisa al Hotel Mumai para refrescarse. ¡Seguro estaba delirando, cerca de padecer un golpe de calor!