Primero, alguien conocido le mandó un mensaje hablando maravillas de esa empresa de créditos. Después, le aparecieron recomendaciones en grupos de Facebook e incluso, algunos anuncios en redes sociales. Por eso entró con más confianza a la página buscando un préstamo “sin aval y sin buró de crédito” cuando le pidieron dinero para poder comprar algunos insumos que faltaban en el hospital para operarla de unos miomas.
La página de internet le pareció profesional, clara y amigable, pues de forma bastante sencilla, le explicaban los pasos para poder obtener dinero prestado con mucha facilidad, por medio de una transferencia directa a su cuenta, sin necesitar historial crediticio.
Ella es trabajadora del hogar y a pesar de que sus patrones la tienen inscrita en el seguro social, nunca había usado su cuenta de nómina salvo para sacar dinero del cajero automático.
Siguió paso a paso las instrucciones que consistían en tener su INE a la mano, el último estado de cuenta de su banco para acceder a su número de CLABE y poder recibir transferencias y llamar por teléfono al número indicado. Le atendió un joven muy amable que pidió sus datos generales (nombre, edad, sexo, fecha de nacimiento, ingresos mensuales, gastos aproximados, etc.) y le preguntó la causa por la que solicitaba el crédito y el monto que requería.
Platicados los antecedentes, su doctor la convenció sobre los beneficios de los “créditos a la palabra” y de que aplicase por un préstamo de 10 o 12 mil pesos, pagaderos a dos años.
“Es fácil pagar, 12 mil entre dos años, le toca poner 500 pesos al mes. Lo único que tiene que hacer”, le dijo con confianza, “es descargar nuestra app oficial en el link que viene en la parte inferior de nuestra página de internet y seguir las instrucciones para tomarle fotografías a los documentos. No necesita computadora, desde su teléfono celular puede hacerlo todo.”
Sin dificultad descargó la aplicación oficial y como todas las demás apps, al abrirla, le presentó sus “términos y condiciones” que no leyó y aceptó como lo hacemos todos en todos lados del mundo virtual. Posteriormente, la app le pidió permiso para utilizar su geolocalización y se lo concedió. A continuación, le solicitó que llenara sus datos generales, estableciera el monto del crédito (decidió de último momento que sería el máximo de 12 mil pesos) y que firmara con su mano en la pantalla su nombre y rúbrica.
Acto seguido, la app le pidió que subiera fotografías de su INE y estado de cuenta y de nuevo, le solicitó y aceptó permisos, esta vez para que pudiera acceder a su carrete de cámara para subir las citadas imágenes. Finalmente, le apareció una pantalla que le decía que, por promoción, si recomendaba por mensaje de WhatsApp y Facebook el servicio a veinte amistades, obtendría un descuento del 20% de su última mensualidad, lo que le agradó y motivó para darle permisos para acceder también a sus contactos. Envió entonces el mensaje a su comadre, su esposo, su suegra y otras conocidas. A la hora de haber realizado todo el proceso, recibió en su cuenta bancaria, la transferencia electrónica prometida.
Poco le duró el gusto. Antes de cumplir el primer plazo le llegó un mensaje donde le exigían el triple de pago de mensualidad lo que había acordado. Cuando no pudo cumplir con lo requerido, la comenzaron a atosigar: llamadas de madrugada, groserías y amenazas a cada rato (sabemos dónde estás, te tenemos ubicada), además de intereses crecientes de más de 100 pesos diarios.
En poquísimo, el crédito de 12 mil se había convertido en una deuda de casi 40 mil. Y entonces llegaron las extorsiones claras: si no paga, tenemos todos sus contactos de redes sociales y WhatsApp y publicaremos capturas de pantalla de chats y hasta sus fotos privadas. Recuerde que nos dio permiso de acceder a cada uno de ellos… su vida es ahora una pesadilla.
Por ello me contactó para contar su historia. No quiere que nadie más caiga ante los montadeudas y usureros que tanto han proliferado en el México actual de impunidad.
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