No es común que los doctores expresemos nuestra opinión sobre inexplicables situaciones que pareciesen espirituales. No somos así y nunca comentamos aquellos casos donde nos vemos involucrados. Pero me confieso: desde hace más o menos una década, trabajo como adscrito al servicio de medicina crítica en un hospital público de tercer nivel en México. Como puedes imaginar, las historias que salen de un lugar dónde la mayoría de pacientes están al borde de la muerte, son algo que preferimos callar. Sin embargo, esto que me sucedió fue tan relevante que después de mucho meditarlo, concluí no debía permanecer en reservado.
Aclaro que antes de que me graduara de la especialidad en medicina interna, ya estaba aquí en estado de coma, don Luis Luque. Casi nunca o jamás, tuvo visitas. Salvo gente de la guardia y algunos voluntarios –de esos pocos que son más santos que humanos– que se pasaban por su cama para saludarle, nadie le frecuentaba. Claro, no parece nada anormal. Reitero, sin embargo, que nunca le conocí parientes ni cambios en su estado de salud. Estable, pero jodido, como el país entero.
O les decíamos que eran políticos (porque tenían el cerebro muerto, pero aún el corazón latiendo), o les teníamos lástima. Quiero hacerte notar que él, era de los segundos. Un viernes de septiembre, al comenzar mi turno nocturno, pasé visita por el piso. Encontré esta vez, sin embargo, junto a su cama, a una mujer que nunca antes había visto.
Tomado de la mano, le hablaba con cariño. Expresó algo que no pude ni comprender. Ahondaría en detalles si pudiese, de verdad. Me queda claro, eso sí, que después desapareció como un fantasma. Oí de cerca, como si fuese producto de un ángel en los que no creo, un soplido en el oído que me dijo que ya estaba todo listo.
Me puse de pie. Estábamos ya solos. Estaba todo igual que antes. Neta. Creí entonces, que me estaba volviendo loco, como si el destino se divirtiera conmigo. Abrió sus ojos como si nada. Normal, se incorporó y comenzó a hablar en islandés. Tengo que abrirte aquí mis cartas, ser completamente directo. A la tecnología la usé para distinguir; pues al no entenderle nada, prendí mi nuevo celular y el aparato detectó y tradujo todo. Santo y seña te lo cuento como lo recuerdo: Don Luis necesitaba contarme. Por eso, hizo acopio del primer idioma a su alcance, aunque no lo conocía. El mensaje era pues, lo realmente importante: hace varios años, casi a regañadientes, llevó a su nieta al Drive-Thru del nuevo restaurante de hamburguesas.
Iba molesto y maldiciendo su suerte pues la fila era larga y hacía mucho calor. Después de casi 40 minutos, en la primera ventanilla pidió lo que la niña quería y preguntó si le podían vender una nieve de limón. El encargado se rió. No había terminado de entender la situación cuando una señora, vecina de las Lomas, en tremendo camionetón, comenzó a timbrar el claxon con vehemencia y lo apuraraba con un simbólico tronar de dedos que alcanzó a mirar desde su espejo retrovisor.
Entonces, bajó de su auto y le ofreció una disculpa: no conozco el menú, perdón, soy algo mayor, nunca quise molestarla. Ella le respondió majaderías pues su hija debía llegar a su clase de ballet y él, imbécil-ignorante-poco-mundo, se lo estaba impidiendo. Con la gracia que le permitía la edad, ofreció una leve reverencia y volvió a su auto. Dignidad intocada y una sonrisa briosa, indicó al joven que le cobrara además del helado que hubiese, por adelantado, la cuenta de una cajita feliz y de un mac paquete grande para la camioneta que venía detrás. Cabe decir que aquello le costó una fortuna para su apretado presupuesto, pero la señora le agradeció con señas el gesto que acababa de tener para con ellas.
Entonces, avanzó a la segunda ventanilla y sintió un irresistible vuelco en el corazón: presentó los tickets de ambas órdenes y solicitó que le entregaran toda la comida, a sabiendas de que “la doña” tendría que volver a formarse desde el inicio. ¡Qué gozadera! Entonces, se largó sin mirar atrás. Y ese es el mensaje que dice aguantó para dejarme antes de partir definitivamente: “tarde o temprano vas a morir, pero mientras tanto, disfruta ser inteligente”.
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