A
punto estuvo de no asistir a la última convocatoria que le hicieron, pues le contrariaron tantas y tan sobradas medidas de circunspección y reserva. Un contacto de esos que son apenas conocidos pero que en política se llaman amigos del alma, que trabajó con algunos exgobernadores, fue quien le comentó de este servicio tan particular y distintivo.
“Tú también tienes derecho al olvido”, le dijo, y esa frase lo convenció.
Primero, marcó el teléfono mexicano de una discreta tarjeta de presentación. Le contestaron como en cualquier empresa y le preguntaron en qué podían servirle. Siguiendo las instrucciones puntuales dadas, comunicó que un amigo cercano y en común le había proporcionado los datos para consultar sus servicios de “rectificación de imagen”. La mujer, con remarcado acento ibérico, tomó sus datos y los del amparador contacto y amigo del alma y prometió que uno de sus ejecutivos se pondría en contacto más tarde con él. “Usted sabe, solo atendemos a recomendados verificados”.
Una vez que confirmaron con su conocido, le llamaron desde un número no rastreable, probablemente con esos servicios de internet. Le citaron a las nueve de la mañana en el restaurante “La huerta” del hotel Camino Real de Polanco, en la ciudad de México. Lo dejaron plantado. O eso pensó, hasta que recibió otro telefonazo: todo había sido una prueba, para confirmar su identidad y verificar que no le estuviesen siguiendo. Ahora, la cita real se llevaría a cabo el viernes doce de marzo del 2021 a las trece horas, en el “Phone Bar” del hotel Genéve, en la calle de Londres, en la zona rosa, le instruyeron. A punto estuvo de mandarlos al carajo. Hoy agradece no haberlo hecho.
En el punto y tiempo acordado, se sentó en la mesa más cercana al piano de Agustín Lara y ordenó un Boulevardier en las rocas. A los pocos minutos, se presentó junto a él, un hombre blanco, con el pelo abundante y cano, de nombre Diego. Traía un pequeño folder y dentro, varias hojas que contenían lo más destacado de sus ilegalidades pasadas y recientes, desde que se inició como achichincle de un sindicalista, hasta ahora que ocupa un lugar especial en el segundo círculo del partido que gobierna. “Perdona que te tutee, pero creo que ya estamos en confianza”, le dijo antes de fijar el precio en veinticinco mil euros. “Nuestros servicios en Eliminalia no son módicos, pero por la cantidad de información que tienes en la web, te aseguro que no encontrarás un servicio similar”.
El plan acordado versó en trabajar en dos frentes, en el corto y mediano plazo. El primero, atacaría todas aquellas columnas y notas donde lo inculpaban o criticaban –con fundamento– por la vía legal de temas de derecho de autor. Tenían acceso a blogs y páginas de internet de diarios y noticieros que podían administrar a su gusto y forma. Entonces copiarían exactamente el contenido, incluso con puntos y comas y errores de dedo y lo republicarían en tales medios, pero modificarían la fecha para que pareciese previa a la del original. Entonces exigirían que retiraran el contenido los autores, o tendrían que enfrentar largos juicios en tribunales y por la mera economía, la mayoría cedía.
El segundo frente consistiría en engañar a los algoritmos de los principales buscadores de internet que, por programación, van rezagando aquellos contenidos con pocos clics para favorecer los que los usuarios encuentran más útiles o populares. Entonces, con un ejército de personas y bots, crearían fake news positivas o absolutamente ridículas y lograrían enterrar hasta el fondo de la web, el contenido negativo demostrable, siempre y cuando, él se mantuviera silencioso y sin crear nuevos escándalos. “No se diga más. A poner manos a la obra”, dijo al estrechar la mano al español y luego le preguntó si tenían muchos más clientes mexicanos como él. “Poco más de un centenar”, le contestó el otro. Y esa es apenas unas de las formas en que los vivales y criminales modernos, poderosos, manipulan la información relevante que circula para eliminar el registro de sus pecados. ¿Habrá alguien que se acuerde de todo lo mal que están haciendo algunos dentro de veinte años? No lo sé. A veces, por casos como éste, lo dudo.