Siempre dice que es un tipo afortunado, aunque en realidad, sabe que no es así, que su éxito ha sido planeado y cincelado rigurosamente. No importa el día de la semana, él trabaja en lo que le da de comer sin importar si está crudo, si es de noche o temprano, si tiene hambre o está de viaje; todo el tiempo vive y trabaja en su imagen y negocio.
Su ropa podría parecer casual, pero es meticulosamente elegida. Toda su vestimenta es de diseñador, aunque para los ojos no conocedores parezca un adolescente desgarbado y desaliñado. Sus playeras, sus tenis y relojes, son realmente caros. Forman parte de su valor comercial, pues va dirigido a un público altamente aspiracionista que también quiere tomarse fotos con miles de dólares en efectivo.
Acaba de tener una reunión con una modelo e influencer. Logró un buen trato: le pagará 20 mil baros por un par de publicaciones en su Instagram, en bikini, “confesando” que ganó tres mil dólares apostando tan sólo 200 pesos, aunque en realidad ella no sepa nada de deportes y nunca haya apostado ni un centavo. Quizás, más adelante, también logre acostarse con ella.
Ya tiene una docena de empleados que le ayudan a tomarle fotos, editar videos, a subir contenido a sus redes sociales, a conseguir patrocinios de casinos y de marcas deportivas y hasta un par de chavos que alimentan el
software de estadísticas.
Pero no todo han sido compras, viajes con lujos y carros deportivos. Conseguir colocarse como un tipster (experto en tips de apuestas) le costó estrategias bien pensadas. Comenzó en foros y páginas públicas de Facebook con un esquema muy inteligente y binario, pero donde debía ser sumamente ordenado y discreto. Su personalidad, era anónima y distinta en cada una de ellas.
Simplificando, el esquema era el siguiente: a mil personas, les asesoraba individual y gratuitamente, por chat de Facebook, sobre un juego de soccer. A 500 de ellas, les decía que el partido lo iba a ganar el equipo A, a las otras 500 les decía que ganaría el equipo B. Cuando perdía, se disculpaba con los seguidores y los eliminaba o bloqueaba, pero siempre le quedaban otros 500 tipos sorprendidos por sus habilidades.
A esos 500 apostadores los volvía a dividir en dos y a unos les decía que iba a ganar C y a los otros que ganaría D.
Entonces, cuidando que entre conocidos mutuos quedaran siempre en el mismo grupo de predicción, se iba quedando con 250 personas, luego 125, y así, sucesivamente, hasta llegar a una treintena de fanáticos que lo adoraban por sus acertadas predicciones.
A ellos los invitaba a su grupo secreto, donde ya les revelaba su identidad, aunque para pertenecer tenían que pagar al mes 25 mil pesos; así tendrían “acceso” a sus tips y estadísticas. De nuevo, entre grupos secretos, sigue depurando con el mismo trazado binario.
En poco tiempo comenzó a ganar sólo por suscripciones más de un millón de pesos al mes y para mantener el ritmo, ha tenido que seguir captando nuevos incautos que, gracias a las redes sociales, le caen casi sin esfuerzo, atropelladamente.
Por si eso fuera poco, aprendió que quien gana una apuesta se siente tan exitoso y lleno de energía y adrenalina que muy probablemente se volverá adicto y entonces le seguirán e incluso le perdonarán que a veces pierda.
Es verdad que comenzó como un estafador, pero ha generado tal cantidad de ludópatas, que ahora se ha vuelto influencer.
Ya hubo quien le invitó a dar conferencias y a publicar un libro, pero siente que eso va contra su personalidad y los ha rechazado.
A él, lo que realmente le gustaría, es una serie de Netflix titulada El apostador. Ya hizo el pitch. ¿Sucederá? ¿No? ¿Quieres apostar?