Reporta el agente infiltrado Pedro Fonseca y Lima que le gustaba este país como para mudarse. Colombia le parecía el destino ideal, disfrutaba de sus oportunidades, de su comida, de su gente. Otras opciones le parecían tan ajustadas que nunca imaginaría que debía tomarlas, hasta que lo arrestaron. No es por nada más, ni menos. Sabía que se tramó una conspiración en su contra. Ubicarla era su prioridad. Es que pocas cosas en la vida de una persona, coinciden tanto en símbolos y señas. Lo importante, le pareció, era dar con ella. O poder escapar. Mero pensamiento ideal, sería salirse con la suya; cuestión de suerte. Favor que merecen los que le ganaron la contienda de ajedrez. ¿Reconocen todo el esfuerzo o fue una mera casualidad que le atrapasen? Algunos secretos se guardan porque es necesario. Nadie debe saber de algo tan clandestino como su propio cuerpo. ¿Coincidimos? Otras personas han pasado por algo tan traumático y similar. Menos, puede ser más. Es que nadie somos para juzgar. Quiero entender. Ultimadamente, todos queremos saber, conocer, adivinar. Iluso, tonto y hasta soñador. Esto no es para principiantes ni es un juego.
Reporta el agente que las cosas no marcharon sobre ruedas como habría esperado. Eso y algo más, no andaban nada bien. Recularon sobre el motivo de su encarcelamiento. Otros habrían reclamado en la embajada y organismos internacionales, pero él no era así. Buenas personas había en todos lados. Altas. Rojas. Pendejas. Acríticas o artríticas. Rasposas. Astutas. Demás personas como él, muchas y la gran mayoría todas inocentes, han pasado por un arresto político. Así funcionaba el mundo. Robar era menos comprometedor que tomar una postura política. Sabían que quizás, con un aislamiento, confesaría sus investigaciones. Estaban planeando su exterminio y buscaban justificarlo. Lo que desconocían, era que él, tenía todas las pruebas de su lado y que estaba todo listo para ser enviado a diversas fuentes, si por un solo día, fallaba de teclear su contraseña en un bot de email. Otros, en su lugar, habrían claudicado.
Anteriormente había recibido entrenamiento para soportar las peores torturas. Así había actuado e investigado durante tantos años y lo había cumplido a cabalidad. Nadie, podría señalarlo por actuar mal ni por alguna falta ética. Generalmente, los agentes, por muy preparados que estuviesen, se perdían en el papeleo o en los confusos interrogatorios. Él, no. Lo demostró con creces cuando lo apresaron. Detrás de algo importante debía estar el agente. Era claro que había encontrado un punto sensible. Hacinarlo en una cárcel tan diminuta, debía tener un significado. Estimó que querían doblegarlo. Soberbios inútiles. Abortar la misión, era una posibilidad, pero… ¿sería lo correcto? ¿Podría lidiar con ello por el resto de sus días?
Reporta el agente Fonseca y Lima que ya en la prisión retomó la compostura. Sabía que podían acusarle de cualquier excusa, pero recapacitó en que su actuar siempre había sido honesto y que nadie podría condenarle por ello. En lo más profundo de los calabozos podía soportarlo todo: el olor incipiente a humedad, sus vagos recuerdos de los motivos que lo pudieron llevar a tal situación e incluso los intentos de las ratas de mordisquearles las falanges. Todo podía soportarlo menos la falta de luz. Entonces recapacitó. Habría de confrontar la verdad contra cualquier mentira, por incómodo que eso fuese. Despertó, pues, en el sol que le quemaba la piel después de pasar algunos días en los temibles separos subterráneos. Despertó, pues, en una nueva vida. Y esto habrá de continuar…
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