Reporta el agente infiltrado Pedro Fonseca y Lima que, apenas ella salió de la habitación levantó el teléfono y le marcó al coronel Heberto para que la dejaran partir, pues sabía de sobra que, sin su intervención, los militares retirados que resguardaban el lugar podrían desarmarla, capturarla o en el peor de los casos, ocasionar una balacera donde ella llevaría las de perder.
Reporta el agente Fonseca y Lima que, el coronel Heberto, siempre muy observador y de pocas palabras, le mandó a la habitación sin preguntarle, una nueva botella de whisky, una muda de ropa, unos chilaquiles montados y las llaves de un viejo automóvil Ford Topaz color blanco, con el recado: “Quédate el tiempo que requieras”.
Reporta el agente Fonseca y Lima que los chilaquiles, además de picosos, tenían un poco de chicharrón crujiente, por lo que le vino una irremediable sed de cerveza fría, misma que obtuvo del frigobar. Después de beberla avivadamente, reporta el agente, recibió el agresivo llamado del baptisterio de porcelana, desde donde le llegó la chispa de la memoria: Zhivago en ruso, venía de Zhiva, que significa “vida” o “vivir”.
¿Eso tendría que ver también con la nota palindrómica que le dejaron en la cuenta del restaurante? Ahí, se le ocurrió buscar más información sobre el Dr. Zhivago, desde su móvil.
Reporta el agente Fonseca y Lima que descubrió muchos datos irrelevantes del rodaje de la película, pero algunos muy interesantes del libro y de su autor: Boris Pasternak, un ruso rebelde y liberal, lo escribió con mucho de autobiográfico para contarle al mundo, el amor apasionado que sentía por una mujer que no era su esposa y para denunciar lo peor del régimen comunista en épocas del implacable Stalin. El libro fue contrabandeado a Italia para poder ser publicado. Y el régimen, se lo cobró caro: su joven amante, en represalia, fue enviada a los temibles campos de concentración de trabajos forzados (Gulag).
Reporta el agente Fonseca y Lima que, después, se sirvió un whisky y permitió que el líquido le hiciera efecto y le relajara, pues no sabía, bien a bien, qué hacer. Fonseca y Lima, tenía claro que debía volver a la ciudad para investigar, pero no se sentía con ganas. Estaba decaído y no lograba atar más cabos. ¿Tenía ella algo que ver con el atentado o había sido mera casualidad? ¿Quien le mandó el palíndromo en la cuenta, le estaba advirtiendo qué exactamente? ¿O sólo era un detalle de mesera? ¿Le dejaron la rosa negra en el parabrisas porque sabían que no les matarían y solo querían asustarles? ¿O por si sobrevivían? ¿La habrá siquiera conocido por casualidad, o se trataba de una infiltrada profesional, como él mismo?
Reporta el agente Fonseca y Lima que, ante la falta de claridad, se recostó en la cama que no habían sido destendida. Se puso a tontear en el celular. Quería saber más sobre Boris Pasternak y Olga, su amante.
Entonces algo le llamó poderosamente la atención. Se trataba de un reportaje en un diario español, sobre la más reciente novela de Lara Prescott: “Los secretos que guardamos”, que versa sobre la rocambolesca vida de Pasternak. Reconoció la imagen de la portada. ¡Era el mismo libro del Deli en el que dos extraños personajes se habían intercambiado un mensaje para ordenar la matanza de simpatizantes de un partido político!
Con presteza, se vistió, tomó las llaves del auto, apuró un último trago y preparó su inmediata salida.
Continuará…