Chapulín Colorado

20 de Septiembre de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Chapulín Colorado

Su chofer, por costumbre, le abrió la puerta de la camioneta con mucha ceremonia cuando llegaron al restaurante donde siempre tenía reservado un privado. Siempre gustó de saberse poderoso, no lo negaba, pero le molestó que ya le había advertido sobre la necesidad de volverse más discretos: “Te dije que no quiero que llamemos mucho la atención”, le reprendió con voz baja, vistiendo un exquisito traje a la medida que le confeccionaron en Londres.

Aunque sus muchos detractores lo consideraran cínico, él se imaginaba más bien pragmático, con empuje y sed de triunfo. Quizás no fuese el más brillante, pero su instinto era perspicaz. Estaba hecho para sobrevivir. Se había moldeado con los años para flotar en cualquier naufragio, para levantarse de cualquier tropiezo, para salir avante ante cualquier reto.

Nunca sería rey, lo sabía, pero también sabía que era mejor vivir como bufón de la corte, que como mendigo del pópulo. Desde la primaria, aprendió que podía sacarle ventaja a su situación. Con breves y leves atenciones sociales con quienes podían pasarle la tarea, se percató de que no necesitaba esforzarse; podía divertirse todo el día y sacar buenas notas. Aprendió más tarde a esquivar los enfrentamientos, pues apenas había un rozón entre los nerds y los bullies, él se escabullía para no tomar posturas, pues luego a cada grupo, lealtad les reiteraría en privado.

En la universidad, se colgó de los equipos más capaces intramuros mientras socializaba y buscaba a una digna heredera con la cual casarse; quería dineros y por ridículo que pareciera, anhelaba cierto linaje.

Ascender, siempre fue su misión. Sin reparos. Y precisamente es por ello que acababa de cambiar de partido político, aún a pesar de que había sido elegido para defender la agenda e ideología contraria. Mientras le traían a la mesa una botella de etiqueta azul, recapituló: estaba estancado, sin crecer, mientras observaba que el nuevo partido electo absorbía a los viejos cotos de poder y repartía con magnanimidad, el botín entre los suyos.

La hidra de Lerna era morena y reproducía dos cabezas por cada una que le era amputada. La nomenclatura más rancia no sólo no desaparecía, sino que se reinventaba y se multiplicaba bajo nuevas siglas. Y prefirió jurar lealtad a los senadores optimates de la nueva Roma, que morir de plebeya hambre.

En fin, que si actuaba los siguientes años con circunspección y mesura, podría acumular dinero y poder y confiaba en que la gente se olvidaría de su franca traición.

A eso le apostó. Consideró que más valía ser rico pero silencioso ganador y gobernador, que un inútil gritón de la causa de los más pobres. Las cosas, decidió con impudor, no iban a cambiar pronto y lo más conveniente era estar del lado de los ganadores. Él era así, distinto, aunque fuese el ejemplo clásico de un político cínico.

A cambio, en la medida de sus posibilidades, les permitiría a los gobernantes, la militarización de la seguridad pública siempre que le dieran licencia de extorsionador oficial del partido y margen de cobrador empresarial de derecho de piso para retener un porcentaje en beneficio… El resto es historia conocida. Total, que chapulín colorado, este cuento se ha acabado.

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