Cerca de la medianoche, a nuestro interfecto lo despertó una vibración que venía de su buró. Era su celular. Entre sueños contempló la posibilidad de contestar, pero rápidamente abandonó la idea, pues era mejor no espantar el cansancio. Sin embargo, a los pocos minutos sonó el teléfono de casa. Aquella línea llevaba años sin usarse y se levantó de un brinco de la cama; debía de tratarse de algo importante.
Su Serenísima Majestad quería consultar con él y con otros expertos del agua, temas de importancia nacional, sólo que muy temprano, pues se levantaba al alba y sin ganas de volver a acostarse. “Inge interfecto, nomás le encargo que no le contradiga”, mencionó la voz femenina por el auricular, “ya ve que a Su Alteza los corajes no le sientan bien y que quien le lleva la contraria, lleva las de perder”.
Con la aurora y otras personas, en la corte de las audiencias del señorial palacio, de lejos y apenas, nuestro interfecto alcanzó a escuchar la inconfundible y socarrona risa del Amado Líder, quien celebró que 80 efectivos distraerían la atención nacional por estar buscando en Panamá, los restos mortales de Catarino Erasmo Garza Rodríguez. Acto seguido, escuchó como en su corte, le celebraron el chascarrillo ocurrente para luego guardar un silencio sanctosepulcral.
“El Reverenciado Soberano les recibirá”, les informaron mientras les hacían pasar. El Serenísimo, sonriente, les dio la bienvenida y presentó a la gobernadora de Tepexpan y al virrey de la Ciudad Defectuosa, quien pronta y expeditamente tomó la palabra: “Nuestro Adorado Dirigente desea conocer su perita opinión sobre la escasez de agua en nuestro sosegado valle”.
Nuestro interfecto contestó que las condiciones estaban dadas para convertirse en una crisis mayúscula, por la sequía, el huachicoleo del agua y la nula planeación.
–Me parece que exagera– repuso el Ilustrísimo,
sin mirarle.
–Coincidimos con su siempre atinado diagnóstico– secundaron sus adeptos.
–Lo que me preocupa, es que esto nos afecte en las elecciones territoriales– agregó el Venerable Guía. –¿Qué harían ustedes?
–Minimizar desperdicios y contener fugas que equivalen al día, a casi novecientas albercas olímpicas, sus Ilustrísimas Honorabilidades– sugirió nuestro interfecto.
–Eso cuesta una fortuna– reprochó la gobernadora –más fácil sería comprar medicamentos.
–En mi comarca– respondió el Reverenciado Caudillo como aquel que ha conseguido una respuesta divina –tenemos charcos, lagos y ríos. ¿Por qué no mandar traer agua del sur pa’cá?
–¿Con las bombas de Dos Bocas o con las pipas que se compraron para Pemex? –cuestionó nuestro interfecto con cargada ironía. A decir verdad, no se sabe muy bien qué fue lo que sucedió después, pues varios de los testigos dejaron de atestiguar. De lo que existe registro, es de nuestro interfecto abandonando el “desus” más tarde, con el rostro circunspecto y siendo abordado por la prensa:
–Oiga, dice el Distinguido Licenciado Dirigente que van a traer agua de su terruño, ¿es esto viable?
–Tanto como que las víboras vuelan– contestó molesto.
–Dice el Excelso Patriarca que vuelan y que eso consta en las sagradas escrituras– le retaron
–El Insigne Súbdito de Tláloc tiene siempre la razón –contestó nuestro sosegado interfecto –las culebras vuelan, o muy poca distancia, o tan bajito que parecen reptar…
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