Como es de imaginarse, Dimitri Malyuk, de la agencia de seguridad nacional ucraniana, se encontraba estupefacto por las declaraciones de la novia de Andrei Yaroslav. Orillado por el desconcierto, hizo lo que nunca se habría permitido bajo ninguna otra circunstancia: bebió frente a sus hombres, en horario de trabajo, un buen trago de gorilka de una petaca que ocultaba en la bolsa interior de su saco.
Más calmado, se disculpó con ella, se sentó a la mesa de la cocina y se llevó un cigarrillo a la boca, mismo que no encendió porque observó la incomodidad que le generaba a su anfitriona.
Ordenó entonces sus notas, subrayó algunas cosas y las repasó en silencio, como asimilándolas. Luego, solicitó que todos salieran a dar una vuelta y les dejaran charlar a la dueña de la casa y a él. Apenas se quedaron solos, encendió su grabadora de audio del teléfono celular y comenzó a interrogarla, siendo lo más amable que le permitían su metro ochenta de estatura y sus modales toscos de exagente de la KGB.
Se enteró entonces, que aquella menuda mujer, tenía un registro detallado de su vida junto al sospechoso, quien en 1989 desapareció unas 48 horas, que era aproximadamente el mismo tiempo que pasó en el 2021 incluyendo el tiempo que fue cuestionado por él y sus agentes, cosa que por supuesto, no le mencionó. Anonadado, le preguntó si observó alguna cosa extraña a su regreso. Notó, dijo ella, que había extraviado su cámara nueva, que supuso, se la habían robado porque nunca quiso volver a hablar de ella.
Gracias a que ella siempre tuvo la buena costumbre de escribir un diario puntualmente, Dimitri se percató que la fecha en que Andrei Yaroslalv regresó a casa, había sido exactamente ese mismo día, pero hacía 32 años: el 5 de marzo. Recordaba con precisión todos los detalles, le dijo. Ese mismo año había caído el muro de Berlín, rememoró.
Ahora, fue ella la que le pidió un cigarrillo; no fumaba desde hacía años. Mencionó después de la primera calada, que aquella, no fue la única vez que Andrei Yaroslov desapareció. Imaginará lo difícil que era vivir sus escapadas, mencionó. Sobresale que llegó a pensar que tenía una adicción al juego o que padecía de sus facultades mentales. Verá, agente Dimitri, lo hizo de nuevo en enero de 1990 y luego en febrero de 1991 y era natural que yo sospechara de su carácter. Entiendo perfectamente, le contestó él con falsa empatía.
Nunca se casaron porque ella no quería; aquellas “escapadas” le hacían sentirse insegura. Afortunadamente, ella tenía gran claridad mental mientras vagaba por sus recuerdos. Súbitamente se levantó de la silla y le rogó que la esperara un poco. Pasados un par de minutos, volvió. Olvidé decirle que tengo aquí un álbum de fotografías, le explicó. Recordé este detalle muy importante, le aclaró mientras se sentaba del otro lado de la mesa.
Quitó de en medio un vaso que había improvisado como cenicero y le mostró la última página del libro de fotos. Últimamente, le dijo, he pensado mucho en Andrei Yaroslalv. Esta foto, –se la entregó en la mano– nos la tomaron un domingo en el cumpleaños de una amiga, poco antes de que desapareciera por última vez, en agosto de 1991. Mientras él la observaba con detenimiento, ella se percató de algo sumamente inusual y que no había visto nunca (pues nunca había desprendido la fotografía).
En el anverso de la fotografía, Andrei Yaroslav solía escribir los datos del lugar y de la fecha en que la imagen había sido tomada, pero en esta imagen había dejado escrito un extraño mensaje: “alma hermosa, querida Lyusiya, tendrás noticias mías el 5 de marzo del año 2021”.
Continuará.