Llegó un mensajero uniformado que preguntó por el senador. El guardia armado, tal y como le han instruido, le comunicó que el funcionario no estaba en esa residencia, pero que podía dejarle en resguardo cualquier documento. El propio faraute se negó: “Tengo la instrucción de entregarle esto en persona y solo en persona. Me ordenaron quedarme apostado aquí en la puerta, hasta que me firme de recibido”.
El jefe de escoltas, disgustado porque le interrumpieron su cena, salió a encararlo y reclamó la insistencia. “Dele al senador el mensaje: treinta y tres, siete, cero, uno”. A punto estuvo de azotarle la puerta en las narices, pero decidió controlar su instinto y a pesar de ser tan tarde, le marcó por teléfono a su patrón. “Ese número… ¡Hazlo pasar de inmediato!”.
A la mañana siguiente, le ofrecieron al senador, en ese orden, té, agua, café o algún refresquito. Pidió café, aunque no se lo bebería, pues cree que su aroma calma y pensó que era mejor que su interlocutor estuviera tranquilo y le mirara a él, serenado también. Si bien es cierto que no se le extendió un requisito judicial, sino una invitación a conversar en carácter de oficial, asistir, aunque no era necesario, le pareció urgente y obligado (él mismo tuvo alguna vez, el martillo por el mango). En política, nunca hay que menospreciar el lenguaje de las cosas, se dijo, mientras lo hacían esperar sentado por más de cuarenta minutos en la sala de un privado.
Después de intercambiar saludos de cortesía y charlar un poco sobre el clima, unas gotas de nanopartículas de cítricos y otras bobadas y trivialidades, le dijo:
–Muchas gracias senador, por venir con tanta prisa.
–Siempre es un gusto saludarte –reviró con exagerada cortesía– pero dime, ¿en qué te puedo servir?
–Como sabes, mi encargo es velar por el bienestar de la república…
–Por supuesto.
–Hemos descubierto varias irregularidades en los gastos de la que fue tu dependencia.
–¿En verdad? –respondió el senador con falsa sorpresa.
–Sobreprecios en la compra de software de espionaje; varios millones.
–Me enteré –contestó el senador intentando mantener el rostro inexpresivo, como en una partida de poker– pero sería una lástima, que lo compararan con el precio de hoy. Como tú sabes, en tecnología, hay muchos productos que bajan de precio cuando pasa el tiempo.
Ese televisor plano que tienen aquí, por ejemplo, hace un par de años costó seguramente el doble o triple de lo que cuesta en el mercado ahora con mucha mejor resolución y hasta con internet por wifi –remató–. Pero en lo que te pueda yo ayudar, sabes que estoy a tus órdenes, me interesa siempre combatir las malas prácticas en el servicio público.
–Gracias, por eso te cité –le reviró–. Estoy en búsqueda de un aliado porque el año que viene, será muy intenso. ¿Cuento contigo?
Al poco tiempo, el senador abordó su camioneta negra, blindada y su secretario particular, ya le esperaba dentro: “En el 2021 tenemos elecciones y en muchos estados, la única forma de vencer al partido en el gobierno, es hacer alianzas entre todos los partidos que somos oposición. Imagino que por eso te llamó con tanto estruendo”. El senador, meditabundo y en silencio, asintió con la mirada perdida en el pesado tránsito de la ciudad.