La violada

4 de Diciembre de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

La violada

js zolliker

No suelo hacerlo, pero estaba hoy comiendo en unos de estos nuevos restaurantes de la Ciudad de México, bastante aspiracionales, llenos de políticos, empresarios, gente que crea y construye el presente de México y me topé con una de mis peores pesadillas. Sí, las cosas transcurrían con normalidad y lentitud, como suele suceder, pero entonces escuché algo que me dejó helada: en la mesa de al lado estaban unos funcionarios públicos, uno de ellos era un senador. Comenzaron a hablar del caso de una actriz que se unió al movimiento #MeToo, pero en México con Aristegui. “Ni idea de quién me hablan”, dijo el senador con desdén. “De la violada”, le contestó su uno. “¡Ah, de esa!”, respondió aquel con renovado interés.

De inmediato sentí cómo del cerebro al estómago se me chorreaba un choque adrenalínico. Quienes hayan experimentado alguna vez un ataque de pánico, entenderán de lo que les hablo. Quienes no, sólo les puedo decir que es una experiencia 10 veces más fuerte que aventarse en paracaídas: te sudan las manos, sientes hielo en el pecho, te cuesta respirar, no puedes hablar, no razonas, sientes que te mueres en vida y un largo etcétera.

Al verme pálida, algunas de mis amigas me preguntaron si estaba bien. Una incluso sugirió que quizá me estaba ahogando. Como pude, les dije que no había problema y me fui el baño con las piernas temblando y me encerré a llorar unos minutos en soledad para volver en mí, y a los minutos regresar a mi mesa y aparentar que nada había pasado.

Sucede que, en realidad, en la gran mayoría de casos, las mujeres callamos y no contamos lo que nos pasa por, simplemente, ser mujeres. Por nuestro sexo nos juzgan y etiquetan de por vida. Por cinco minutos que pudo durar el abuso, como si no tuviésemos que lidiar con ese asunto, internamente, décadas enteras. Yo fui violada también, pero por años he guardado silencio. Un maldito día fui a una tienda departamental a comprar unos regalos muy anhelados por mis sobrinos. Era la hora de salida y el gerente se aproximó y me dijo que urgía cerrar, pero que si lo acompañaba a la bodega, me podía dar los juguetes casi imposibles de conseguir y que yo llevaba persiguiendo por meses.

No soy una mujer particularmente guapa, puedo decirlo con seguridad. Sí, cuando era más joven me gritaban y chiflaban en las esquinas. He tenido que lidiar con jefes que se quieren pasar de listos en “viajes” de trabajo y cosas por el estilo, pero nunca imaginé que casi a mis 50 años abusarían sexualmente de mí.

¿Por qué lo he callado? Por lo que todas guardamos silencio: ¿qué hacías tú a esas horas, sola, en una bodega con un hombre más joven?, me habría preguntado mi marido. ¿No lo incitaste?, mis hijos. ¿Le sonreíste? ¿Le coqueteaste?, preguntarían mis amigas. ¿Cómo es posible mijita —preguntaría mi madre— que cayeras en esa trampa, acaso no te he enseñado nada? ¿Su atuendo era provocador?, habría cuestionado el Ministerio Público.

Y luego nos preguntan ¿por qué no denuncian recién pasa la cosa? ¡Por eso no lo hacemos! Porque no nos creen, nos hacen sospechosas, nos juzgan. La víctima la hacen verdugo, si bien nos va. Y las mismas mujeres hasta nos atacan porque las instituciones ni nos defienden. Y también, para que no nos señalen y se resuman nuestras vidas, (como la de esa actriz y tantas otras) que debieran ser reconocidas por años de estudios, preparación, talento, sacrificios y arduo trabajo, en una plática de sobremesa, como simplemente “¿Recuerdas a fulanita? Sí, esa, la violada”.

@Zolliker