La fuerza de los huracanes Harvey e Irma o la magnitud del terremoto de 8.2 grados en la escala de Richter en México, nos recuerdan la fuerza destructiva de los fenómenos naturales y la vulnerabilidad que pueden padecer las comunidades humanas. Algo que suelen ignorar deliberadamente quienes asumen una posición negacionista ante el calentamiento global y una actitud contraria a los esfuerzos de la comunidad internacional por contener el aumento de la temperatura global.
Mucho se discutió recientemente, sobre todo en unos Estados Unidos marcados por la agenda antiambientalista de Donald Trump, sobre el grado en que el cambio climático contribuyó a que Harvey e Irma alcanzaran esa fuerza destructiva. El debate es francamente irrelevante, lo importante es comprender que el aumento en la temperatura del planeta, incrementa como resultado de las actividades humanas, funciona como un multiplicador de los fenómenos naturales y, por lo mismo, como factor que agudiza la vulnerabilidad de las comunidades humanas.
Cuando hablamos de vulnerabilidad al cambio climático, estamos hablando de la combinación de tres elementos: 1) el tipo de exposición particular a fenómenos naturales que enfrentan países y regiones, como sequías, inundaciones, huracanes o golpes de calor; 2) los grados de riesgo a sufrir las consecuencias de un fenómeno natural dada ante la ubicación de las comunidades humanas; 3) las capacidades institucionales, organizacionales y humanas con las que cuenta cada sociedad.
El impacto de Harvey e Irma en ciudades de los Estados Unidos y su paso por otros países, nos deja algunas lecciones importantes: en primer lugar, debemos entender que un aumento en la temperatura global incrementa el riesgo de sufrir fenómenos naturales más agresivos y con mayor poder destructivo.
En segundo lugar, el mismo fenómeno puede causar estragos muy diferenciados entre países.
Mientras que Estados Unidos puede, a final de cuentas, movilizar recursos para reconstruir sus ciudades, para los países pobres o en desarrollo enfrentar un huracán representa la amenaza de perder infraestructura irreversiblemente y revertir años de desarrollo.
En tercer lugar, las desigualdades económicas entre países y al interior de estos hace la diferencia. La población que se encuentra en condiciones de marginación y pobreza es especialmente vulnerable y los países pobres cuentan con menores capacidades para enfrentar los fenómenos naturales y recuperarse ante los daños sufridos.
En cuarto lugar, si bien es indispensable consolidar la agenda global de adaptación ante las consecuencias inevitables del cambio climático, hay efectos ante los cuales no hay adaptación o esta resulta demasiado costosa para ser viable. Por ejemplo, ¿qué significa la idea de adaptación para un país pobre o en desarrollo que sufre de fenómenos naturales en forma reiterada?
Finalmente, la fuerza devastadora de Harvey e Irma nos obligan a acelerar la agenda de mitigación de gases de efecto invernadero. Continuar una dinámica de crecimiento en los niveles de emisiones actuales hacia umbrales nunca antes visto en la historia humana, significa asumir riesgos inaceptables para la humanidad y muy especialmente para los países pobres. En otras palabras, el cumplimiento del Acuerdo de París es demasiado importante como para permitir que Donald Trump lo destruya.