Ya no hay desastres inéditos

28 de Marzo de 2025

Juan Antonio Le Clercq
Juan Antonio Le Clercq

Ya no hay desastres inéditos

Le Clercq

El huracán Otis ha puesto en evidencia el nivel de exposición a riesgos catastróficos y los altos grados de vulnerabilidad a la que estarán sujetas distintas regiones de nuestro país como resultado de la crisis climática global. También ha demostrado la importancia de desarrollar capacidades institucionales más efectivas para prevenir, preparar a la población y atender la emergencia.

En los últimos días se ha discutido demasiado en torno al impacto inédito resultado del cambio drástico en la intensidad del huracán y la magnitud impredecible de sus consecuencias. Justificar el impacto destructivo y el actuar de la autoridad a partir de la condición inédita de Otis es absurdo porque lo ocurrido obliga a realizar una evaluación crítica y establecer responsabilidades al respecto de a las decisiones que tomaron las autoridades una vez que tenían la información en sus manos y la forma en que reaccionaron —o dejaron de hacerlo—, para proteger a la población y contener las pérdidas y daños.

Pero más allá de eso, como nos han demostrado solo este año, las olas de calor durante el verano, los incendios forestales o las inundaciones en distintas regiones del mundo, los desastres catastróficos “inéditos” son la nueva normalidad en el contexto de la emergencia climática. Infinidad de reportes especializados nos han advertido una y otra vez sobre la forma en que el incremento en la temperatura se traducirá en mayores riesgos, vulnerabilidades y daños. También queda claro que los países en desarrollo son mucho más vulnerables a los efectos destructivos de los desastres naturales, independientemente de cuánto contribuyan a la emisión de los gases de efecto invernadero hacia la atmósfera. Lo verdaderamente anormal es la resistencia de los gobiernos a entender el mensaje y actuar con efectividad para contener daños y proteger a la población.

El punto no es que Otis sea inédito, lo relevante es que no estamos preparados para enfrentar cascadas de riesgo catastrófico y sus consecuencias sociales en el Antropoceno. Hay muchas preguntas fundamentales que debemos responder. ¿Qué tan preparadas están las comunidades urbanas y rurales en nuestro país para enfrentar este tipo de desastres? ¿Qué han hecho los gobiernos de los tres niveles para incrementar las capacidades institucionales, mejorar los protocolos de prevención y respuesta ante desastres, impulsar una adaptación resiliente y garantizar una coordinación efectiva entre niveles de autoridad y entre autoridades y sociedad civil? ¿Se han asignado los recursos presupuestales suficientes para prevenir, responder a emergencias, proteger a la población, reconstruir las pérdidas y daños y reactivar las fuentes de ingresos en el contexto posdesastre? ¿Cómo van a rendir cuentas las autoridades por las decisiones implementadas y los recursos ejercidos? ¿De qué forma la tragedia provocada por Otis puede convertirse en un punto de inflexión para generar cambio institucional y transformación hacia formas de desarrollo sostenible y adaptación justa ante el cambio climático?

Otis podrá será inédito, pero la improvisación, la negligencia, la corrupción y la irresponsabilidad política ante desastres naturales son viejos conocidos nuestros. Cambiar y mejorar nuestras políticas y protocolos de preparación, prevención, respuesta, reconstrucción y adaptación ante el cambio climático es un imperativo. Estamos hablando de impactos directos a la vida de millones de personas, de destrucción de infraestructura y fuentes de empleo y de pérdidas irreparables en la calidad de vida de la población afectada. Con eso no tienen derecho a jugar las autoridades y los partidos.

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