En “Los titanes venideros” (península, 1998), texto que reúne tres entrevistas concedidas un par de años antes de morir, el pensador alemán Ernest Jünger proyecta sus principales preocupaciones para el siglo XXI. Con la mirada serena de quien vio y vivió el siglo XX y sus horrores, Jünger advierte que el nuevo siglo se caracterizará por “una nueva era de los titanes… El planeta será sometido a una aceleración a la que la humanidad tendrá que adaptarse transformándose a sí misma” (103).
La realidad del avance incontenible de la técnica y la arrogante afirmación de una concepción lineal del progreso material y técnico, auguran tiempos de catástrofe, destrucción y sufrimiento. No se trata de simples proyecciones apocalípticas, sino el reconocimiento de que la idea del futuro no luce “demasiado feliz y positiva”, que estamos ante el umbral de “una era muy propicia para la técnica pero desfavorable para el espíritu y la cultura” (30).
Para los griegos los titanes refieren a deidades y potencias primordiales muy antiguas y previas a los dioses, que incluso en su poder son sufridas y padecidas por los dioses mismos. ¿Quiénes son esos titanes venideros de los que con preocupación nos advierte Jünger? Señala un siglo marcado por una “inmensa liberación de energía” (105) relacionado con la energía atómica, las crecientes demandas y necesidades de recursos para la población o la aceleración del planeta. Nuestros titanes venideros, las potencias poderosas ante las cuales es necesario adaptarse y transformarse, son la amenaza nuclear y los nuevos rostros de la guerra, las consecuencias del cambio climático, la irrupción de la manipulación genética y la inteligencia artificial, las pandemias y las crisis migratorias.
Ulrich Beck también advirtió hace unos años una era de metamorfosis en la que el desarrollo de la ciencia y la tecnología junto con la devastación ambiental, generan el cambio del mundo, provocando el cambio social catastrófico y el sufrimiento de millones de personas. Ante el cambio del mundo o frente a los titanes venideros, dejan de funcionar más las viejas formas de construir soluciones políticas o tecnológicas. Se requiere una transformación más profunda en formas de vida, producción económica, usos de la técnica y relación con el mundo natural.
Uno de los problemas más importantes que develan los titanes venideros, es la pérdida de cualquier sentido de referencia y de proyecto desde la política. La política contemporánea deja de tener capacidad de orientar la vida de las personas y articular un sentido plausible de futuro ante las amenazas que enfrenta la humanidad. Mientras más grandes y titánicos son los problemas de nuestro tiempo, más mediocres y limitadas las alternativas y los liderazgos políticos: “la desaparición de la grandeza, de la calidad y de la substancia es el síntoma que caracteriza a la edad del nihilismo” (108).
Y esto nos debería obligar a reflexionar profundamente como sociedad en el contexto de las campañas electorales. ¿Podemos seguir aceptando como inevitables discusiones menores orientadas a dosificar las violencias, gestionar las migajas del poder o administrar la corrupción y la incompetencia? ¿No tendríamos que exigir como ciudadanos un debate con grandeza, calidad y substancia en torno a las amenazas titánicas que están destruyendo el futuro de nuestro país? ¿No deberíamos asumir la necesidad de una trasformación y metamorfosis política y social verdaderamente plural y que no se reduzca a la visión de un solo hombre? Si las elecciones no producen una visión de futuro plausible en la que tengan lugar todos los mexicanos, en la que atributos como la responsabilidad, la justicia o la sostenibilidad ocupen el centro, entonces habremos perdido las elecciones independientemente de quién las gane.