Nuestras huellas

23 de Diciembre de 2024

Juan Antonio Le Clercq
Juan Antonio Le Clercq

Nuestras huellas

Le Clercq

En su libro “Huellas” (Crítica, 2021), David Farrier analiza los fósiles futuros que, preservados en la roca, el agua o el aire, estamos dejando los seres humanos a nuestro paso y que serán visibles todavía en miles de años. Huellas que son crónica de la civilización, registros de nuestros ciclos de vida y del alterar el mundo natural, cicatrices dejadas por los ciclos de extracción, producción, distribución y consumo. Las carreteras, las estructuras de hormigón o acero, los residuos de plástico o los gases de efecto invernadero en la atmósfera. El legado indeleble del Antropoceno.

Si bien los actos, prácticas y actividades cotidianas tienen también un impacto inmediato, como son la contaminación de plásticos o la quema de combustibles fósiles, “Huellas” pone atención a las consecuencias futuras de nuestros actos cotidianos dentro del marco de ciclos temporales muy largos, siglos y milenios. Los fósiles futuros asimilados como si fueran parte de los procesos geológicos, hablarán durante milenios de lo que fuimos, de la forma en que vivimos y transformamos el planeta, de los caminos civilizatorios que tomamos y, por su puesto, de la negligencia de las sociedades humanas para actuar ante la devastación del mundo natural del que somos parte.

Dice Farrier: “Ya hemos alterado, profundamente, los sistemas que sustentan la vida en el planeta de formas que son sumamente desalentadoras. Lo más vulnerable será lo más afectado, y aún está por calcular los costes totales para las generaciones futuras. Nuestros fósiles futuros son nuestro legado y, por lo tanto, nuestra oportunidad de elegir cómo seremos recordados. Dejarán constancia de si hemos seguido tomándonos a la ligera los peligros que sabemos que dejamos atrás o si nos ha importado lo suficiente para cambiar nuestra forma de actuar. Nuestras huellas revelarán cómo hemos vivido a cualquiera que por entonces siga aquí para descubrirlas, dando pistas de aquello que hemos cuidado y de lo que no, los pasos que dimos y la dirección que decidimos seguir” (páginas 28-29).

El argumento del libro nos lleva a reflexionar sobre las consecuencias a largo plazo de los actos y prácticas de nuestras sociedades, los peligros que asumimos como dados sin considerar el daño que causará en las opciones de vida de las futuras generaciones, los ecosistemas y las especies. Pero los rastros fósiles que dejan nuestros actos y prácticas no se limitan a los ciclos temporales tan largos; nuestro país tendría que comenzar a reflexionar seriamente sobre las huellas profundas que está dejando hoy la violencia y que seguirá dejando en las próximas décadas. Cicatrices del dolor, la descomposición social y la degeneración institucional como legado del horror de nuestras violencias cotidianas y normalizadas socialmente.

Observamos indiferentes, anestesiados, que alrededor de 100 mil personas han desaparecido y que sus familiares deben realizan las actividades de búsqueda, que alcancemos 30 mil asesinatos al año y que las víctimas del delito superan anualmente los 20 millones. Reportes especializados nos advierten que somos un país con los mayores niveles de impunidad, corrupción y penetración del crimen organizado, sin que esto provoque necesariamente indignación. Permitimos que las autoridades no asuman su responsabilidad y rindan cuentas por los resultados de las políticas que implementan (o simplemente no implementan) y aceptamos como gesto virtuoso que se reduzcan los recursos presupuestales y las capacidades institucionales necesarias para garantizar seguridad, justicia, respeto a los derechos humanos o para combatir la efectivamente corrupción.

La violencia sin límite que vivimos tiene consecuencias y daños inmediatos, efectos que todos los mexicanos sufrimos cotidianamente, pero dejará también huellas profundas en la vida de familias y comunidades. La herencia de la violencia actual, y las omisiones públicas para enfrentarla y contenerla, determina para mal lo que somos hoy como sociedad, pero influirá inevitablemente también en lo que seremos como país. Rastros infames que hablarán del sufrimiento y sus víctimas, de la negligencia y la irresponsabilidad de las autoridades. Nuestra era de la gran mortandad, como la ha definido Fernando Escalante, y la indiferencia de los gobernantes para actuar coherentemente ante el horror, es un fósil futuro cuyas cicatrices serán observables en el tejido social en las próximas décadas.