La necesaria reconciliación

19 de Abril de 2025

Juan Antonio Le Clercq
Juan Antonio Le Clercq

La necesaria reconciliación

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Cuando el pensador estadounidense John Rawls se preguntaba sobre el sentido de la filosofía política en el mundo contemporáneo, entre los diferentes roles que identificaba para esta disciplina destacaba la promoción de la reconciliación al interior de una comunidad política.

Retomando ideas desarrolladas por Hegel, para Rawls la deliberación razonada y pluralista de ideas hace posible superar las frustraciones y fracturas provocadas por la injusticia y las exclusiones sociales, un reencuentro entre ciudadanos para superar la resignación con las cosas tal como son y aspirar a transformar el orden político.

Pensar la reconciliación como objetivo social supone también proyectar la necesidad de un futuro más digno, una sociedad políticamente ordenada y decente, la utopía realista de un régimen democrático efectivamente fundado en instituciones políticas y principios de justicia compartidos. Siempre existirán divisiones y perspectivas confrontadas respecto de los valores que deben fundar la vida pública y el orden político, sin embargo, ninguna sociedad puede subsistir sin un acuerdo mínimo sobre sus instituciones y principios generales.

La idea de la deliberación pública razonable, crítica y plural como elemento de reconciliación política y social me parece vital en un país fracturado por la desigualdad, la violencia y pactos de impunidad. ¿Cómo podemos aspirar a resolver nuestros problemas y, aún más, a construir un país más justo y democrático cuando estamos profundamente divididos?

Las elecciones, entre otras cosas, tendrían que llevarnos a reconciliarnos entre nosotros como ciudadanos y promover utopías realistas, a permitirnos soñar con formas de vida pública más justas, seguras, tolerantes e incluyentes. Pero ocurre lo contrario: nuestras autoridades y candidatos, al parecer, piensan que su función es profundizar las fracturas, agudizar el odio y promover la exclusión.

Atrapados en sus pactos de impunidad, cegados por mezquindades electorales, no hacen sino arrojarse lodo al señalar corruptelas y vicios del otro como forma de evadir los propios.

No se trata de llamados vacíos a la unidad, sino de un acuerdo mínimo razonable sobre principios e instituciones para superar la irresponsabilidad y el dramatismo estéril de la discusión política cotidiana. De otra forma, ningún proyecto de cambio es viable y seguiremos reproduciendo odios y exclusiones, impotentes ante la violencia y la injusticia. El reto es reencontrarnos como ciudadanos en el foro público de la democracia para entonces exigir a las autoridades que asuman sus responsabilidades y rindan cuentas por sus actos.

Socialmente estamos fracturados gracias a la impunidad, la corrupción, la violencia y el mal gobierno. Esto hace aún más inaceptable que las elecciones se reduzcan a plataformas para el odio, descalificación y que los candidatos se asuman como agentes multiplicadores de la división y el miedo. Si no somos capaces de generar alguna forma de reconciliación política, de diálogo razonado y plural en torno a nuestros problemas y retos nacionales, no hay futuro democrático posible y entonces estaremos condenados a reproducir la violencia y marginación, a observar con impotencia la destrucción de nuestras instituciones y la expansión incontenible del horror y la miseria.

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