La contraposición de ideas políticas entre monismo y pluralismo, entre erizos y zorros, enmarca la discusión de ideas políticas en la obra de Isaiah Berlin y particularmente su aproximación al ideal de la libertad.
Para Berlin, discutir el sentido, alcance y consecuencias de las ideas políticas es fundamental en cualquier sociedad libre. Las personas necesitan responder por qué se debe obedecer, a quién, hasta dónde, a nombre de qué y qué tipo de coerción justifica la obediencia, porque si bien las respuestas pueden liberar a una sociedad, también pueden provocar su opresión.
Isaiah Berlin rechaza el enfoque monista porque lleva en sí la semilla de la opresión a nombre de los más altos valores, en tanto pretende alcanzar una única solución política trascendente o final. En este sentido, promueve tres argumentos perversos: primero, a cada pregunta que es posible formular, debe haber una y sólo una respuesta correcta; segundo, si sólo hay una respuesta correcta a cada pregunta, sólo debe haber un método o enfoque válido, todos los demás tienen que necesariamente equivocados; tercero, una vez que se tienen las respuestas correctas, todas las contradicciones se superan, las respuestas tienden a coincidir armónicamente entre sí y los valores se articulan en una solución final.
El problema del monismo es que niega el hecho de que las sociedades son plurales, que las personas suelen valorar distintas cosas y entienden de diferente manera los mismos valores como seguridad, justicia o libertad. En una sociedad libre y plural
coexiste múltiples respuestas posibles y visiones conflictivas ante las preguntas políticas fundamentales. En palabras de Berlin, el mundo es una casa con múltiples ventanas y, al asomarse por cualquiera de ellas, lo que se obtiene es una perspectiva posible, pero solamente una entre muchas.
Me interesa la advertencia de Berlin sobre las consecuencias de reducir la complejidad social desde un enfoque monista, después de leer un sinfín de comentarios despectivos rechazando la marcha rosa en defensa de la democracia. El punto no es estar a favor o en contra de la marcha, eso es una decisión política personal. Lo preocupante son los esfuerzos reiterados por reducirla a la expresión de la derecha, como si todas las personas que asistieron a la marcha y salieron a las calles a defender las instituciones democráticas, pudieran ser reducidas con una etiqueta tan simplista. México es plural y la forma en que los ciudadanos entendemos o valoramos la vida pública también es plural e inevitablemente conflictiva.
Quienes señalan a los participantes de la marcha como miembros de una tribu monolítica identificada claramente como la derecha, lo cual no ocurre, no se dan cuenta que su propia tribu difícilmente puede reducirse a una expresión y agenda únicas. Aunque no les guste reconocerlo, son también parte de un conjunto plural y conflictivo de actores y aspiraciones que ha aglutinado en forma contradictoria y conflictiva el discurso de la transformación.
La narrativa del ellos contra nosotros, la contraposición perversa de transformadores y conservadores, nos ha hecho ya un daño profundo. Por más tentador que sea, no es posible reconocernos o afirmarnos en una sociedad reducida a etiquetas políticas monolíticas. Tendríamos que aspirar a reencontrarnos y reconciliarnos como una sociedad plural y conflictiva que entiende la vida pública de distintas maneras y que aspira legítimamente a diferentes cosas. Nuestras diferencias de ideas y valores no van a desaparecer, ni es deseable que ocurra, pero sí estamos obligados a reconstruir las bases de una deliberación pública que valore y reconozca las diferencias y en la que todos tengamos cabida. Y eso, necesariamente, pasa por defender y consolidar las instituciones que pueden garantizar la pluralidad política.