Durante una sesión de su consejo de ministros la semana pasada, el presidente francés Emmanuel Macron señaló que los tiempos que vivimos se definen desde una perspectiva geopolítica como el fin de la abundancia, el fin de los evidente y el fin de la despreocupación.
Las certidumbres políticas se erosionan, la posibilidad de un mundo más democrático y libre se difumina, y la aspiración a una mejor calidad de vida y un futuro más digno para la humanidad se han evaporado en menos de una década.
No hay duda que Macron ve las cosas desde una perspectiva propia de los países desarrollados de Occidente. Para millones de personas en países de África, Asia o América Latina la vida política y social está muy lejos de haber sido abundante, evidente o despreocupada en algún momento del siglo XX o las primeras décadas del XXI.
Sin embargo, el diagnóstico de Macron señala claramente que entramos en una era de descomposición social, turbulencia económica y pérdida de las referencias políticas en los países desarrollados y de mayor incertidumbre y riesgo de colapso para los países pobres y en desarrollo. La vida deja de ser abundante y con ello pierde sentido la aspiración al desarrollo.
La guerra en Ucrania puso en evidencia que la energía de bajo costo y el acceso a materias primas no está asegurado para nadie. Periodos más prolongados de sequía y alteraciones en los ciclos de precipitación fluvial señalan que avanzamos aceleradamente hacia una crisis hídrica para la cual las sociedades no están preparadas.
En un mundo marcado por las consecuencias inevitables del cambio climático y la degradación ambiental, la abundancia de recursos para todos se permuta por escenarios de precariedad y escasez. Los problemas y reivindicaciones de seguridad y justicia ambiental comienzan a ocupar el lugar que correspondía no hace mucho a las narrativas optimistas del progreso y el desarrollo.
La democracia, la libertad o el respeto a los derechos humanos dejan de ser evidentes o irreversibles, como ingenuamente pensamos. Lo que se asumió como un hecho histórico irreversible, el avance de todas las sociedades a través del camino de la libertad, el mercado, el reconocimiento de derechos y la participación democrática, con todo y su discurso arrogante del fin de la historia, se ha transformado en el ascenso continuo de proyectos políticos populistas, de izquierda o derecha, caracterizados por la irresponsabilidad, el recurso perpetuo de la mentira y la oferta política delirante.
La posibilidad de elegir mejores liderazgos a través de las urnas tampoco es evidente, cuando observamos que líderes incompetentes, corruptos o irresponsables solo son sustituidos por otros iguales o peores.
La democracia ya no es lo que era, la fiesta democrática nos arrojó a una resaca de populismo y tentaciones autoritarias. La vida deja de ser despreocupada ante el regreso de la guerra en Europa y la amenaza de una conflagración nuclear.
Las olas de calor, la multiplicación de incendios forestales, las inundaciones o los episodios de sequía en distintas regiones, dejan entrever que el riesgo de desastres naturales catastróficos y que el incremento de la vulnerabilidad social es una realidad que enfrentará nuestra generación y no una posibilidad propia de un futuro lejano.
La manifestación extrema de la violencia y la capacidad del crimen organizado transnacional, nos muestran una amenaza creciente para la cual no están preparadas instituciones políticas débiles y en muchos casos capturadas por intereses económicos o criminales.
Lo más grave de este fin de la abundancia, de lo evidente y de vida despreocupada que caracteriza nuestros tiempos, es que este cambio en el mundo ocurre sin que los actores políticos sean capaces de articular una visión de futuro alternativa plausible o de ofrecer alguna agenda pública razonable para enfrentar las nuevas amenazas.
A la sociedad del riesgo catastrófico y la pérdida de horizontes de certidumbre se contrapone el pasmo del Estado y la negligencia de las autoridades electas. Todo lo que considerábamos sólido hace solo unos cuantos años se ha desvanecido en el aire.