Vamos a suponer que España termine por pedir disculpas a México por la Conquista. Gesto altamente improbable, entre otras cosas, porque los españoles tienen una próxima cita con las urnas y la extrema derecha ha comenzado a utilizar el caso para posicionarse. Pero pensemos que se ofrecen las disculpas pedidas. Imaginemos incluso que Pérez Reverte cambia el tono y termina pidiendo también disculpas por la Conquista y sus tuits insultando a López Obrador.
¿Y entonces qué? Obtendríamos una disculpa política por eventos ocurridos hace 500 años, punto. Por sucesos que, a pesar de toda su violencia, también son parte, para bien y para mal, nos guste o no, de lo que hoy somos como nación. Seguramente muchos se sentirían llenos de orgullo nacionalista, mientras otros más cuestionarían con memes el sentido o la utilidad de la ocurrencia.
Lo más importante de todo esto es ¿qué beneficios obtendrían aquellos hacia quienes en principio tendría que ir dirigida la disculpa, los pueblos y comunidades indígenas? Francamente, más allá del gesto simbólico y el uso político del pasado, difícilmente tendría un impacto significativo en sus vidas cotidianas. Pedir disculpas por la Conquista es usar a los indígenas con fines políticos, igual que disfrazarse de indígena en campaña para ganar votos.
Como evento histórico, la Conquista está marcada por la violencia involucrada en el choque entre dos mundos, de eso no cabe duda. Exigir disculpas no repara la violencia ni afirma los derechos de las víctimas. En parte porque supone entender eventos históricos fuera de su contexto y de forma muy simplista. También porque se asume equivocadamente que el Estado español es y ha sido exactamente el mismo actor, como si estuviéramos ante una continuidad histórica sin cambios y rupturas. Pero lo más difícil de aceptar, es que los propios indígenas, como personas que son parte de comunidades indígenas, tampoco son necesariamente los mismos.
Es indudable que la consecuencia social más nefasta y perdurable de la Conquista, ha sido la exclusión y marginación social a la que fueron arrojados los pueblos indígenas. También es cierto que las condiciones de exclusión y marginación que se desprenden de la Conquista, se han retroalimentado a lo largo de cinco siglos, agudizando pobreza y discriminación. Pero para entender y enfrentar la injusticia que sufren los pueblos indígenas en el México del siglo XXI, resulta más relevante señalar la exclusión, pobreza y discriminación que fueron y son permitidas y justificadas desde el actual Estado mexicano, sea por acción u omisión.
Si lo que en verdad interesa es reparar las condiciones de exclusión a las que históricamente han sido arrojados los pueblos indígenas, entonces tendríamos, tenemos así en plural, que asumir la responsabilidad de crear capacidades en las instituciones del Estado mexicano para generar un modelo de desarrollo incluyente y perseguir la discriminación y el racismo. De igual forma, las autoridades tendrían que dejar de causar más daño a los pueblos indígenas con sus decisiones centralistas arbitrarias, el clientelismo político o la impunidad frente a la violencia y la corrupción.
Siendo honestos, el actual Estado mexicano tiene más razones para pedir disculpas por la exclusión, marginación, discriminación y pobreza que han sufrido y siguen sufriendo los pueblos indígenas, que el Estado español por los actos cometidos durante la Conquista. Siendo todavía más honestos, las disculpas terminan siendo secundarias, lo importante es la responsabilidad de actuar como sociedad ante la injusticia. Lo que debe estar en el centro del debate es la capacidad de las instituciones para definir programas con metas medibles, verificables y reportables para enfrentar una situación de injusticia histórica que se reproduce ante nuestros ojos todos los días y que no cambiará por un “disculpe usted”.