La viabilidad del Acuerdo de París se juega en gran medida con el posible regreso de Estados Unidos al tratado luego del triunfo de Joe Biden. Si bien el Presidente electo ha colocado la agenda del cambio climático en el centro de sus prioridades y ha señalado que su país se reincorporará de inmediato al Acuerdo, lo cierto es que esto no es suficiente para garantizar una reducción efectiva de emisiones de gases efecto invernadero (GEI) a nivel global. Biden representa la posibilidad de evitar la muerte prematura del Acuerdo de París, pero por sí mismo esto es suficiente para convertir el tratado en un instrumento muy efectivo para evitar la emergencia climática.
A pesar de los objetivos establecidos en su momento en el Protocolo de Kioto, las emisiones de GEI han crecido exponencialmente en comparación con 1990, mientras que los compromisos firmados por los países en el Acuerdo de París están significativamente por debajo de lo necesario para aspirar a un escenario de mitigación que permita evitar aumentos de temperatura por encima de los 2 ºC. El centro de la arquitectura climática radica en la vinculación de los compromisos nacionales y el objetivo de contener aumentos en la temperatura más allá de los 2 ºC, aunque lo más deseable es que la temperatura no aumente más allá de
1.5 ºC. El principal problema, evidente desde la firma misma del Acuerdo en 2015, consiste en un desfase entre el efecto agregado entre los compromisos de mitigación y la trayectoria necesaria para evitar incrementos en la temperatura por encima de los 2 ºC. El primer reto para la comunidad internacional radica en aumentar la ambición de los objetivos de mitigación en el contexto de la crisis económica pospandemia, pero lo cierto es que no queda claro cuántos países estarán dispuestos a asumir el compromiso de reducir aún más sus emisiones en la próxima década.
La historia de los acuerdos climáticos nos dice que el negacionismo e inmovilismo climáticos se han establecido como la posición climática dominante, pues esto ha logrado evitar la implementación de una política climática efectiva, eficiente y justa a nivel global. El riesgo consiste en que la inacción el inmovilismo imponga su agenda e intereses durante la década de 2020 e imposibilite contener el crecimiento de las emisiones globales de GEI al ritmo necesario. El peligro es que después de la pandemia se afirmen en gran parte del mundo el objetivo de crecer económicamente y generar empleo rápidamente a partir de la explotación de hidrocarburos.
Aun cuando Estados Unidos regrese al Acuerdo de París de inmediato, lo cual está por verse, hay factores que favorecen la inacción climática global y que tendrán un impacto negativo en las negociaciones orientadas a aumentar los niveles de ambición de los compromisos nacionales de mitigación. En primer lugar, Biden deberá enfrentar al interior de su país el desmantelamiento de regulación ambiental y frenar las concesiones para la explotación de hidrocarburos otorgadas por el gobierno de Trump. En segundo lugar, se requiere que países que han firmado y ratificado el Acuerdo de París, reorienten sus políticas de conservación y explotación de energía con el objetivo de abandonar los hidrocarburos en el mediano plazo, lo cual luce muy complicado en los casos de Brasil, Irán, Rusia, Turquía e incluso, México.
¿Tendrá Biden el capital político necesario para cambiar la dinámica en su país al respecto del cambio climático y la fuerza diplomática para impulsar una cooperación internacional más efectiva y comprometida? En tiempos marcados irremediablemente por la catástrofe económica y social provocada por la pandemia, más que cooperación parece predominar una la lógica del “sálvense quien pueda”, lo cual se incrementa el riesgo de que el Acuerdo de París fracase por irrelevancia en los próximos años. Lujo que no podemos darnos.