¿Qué sigue, qué debe seguir, después de la devastación de septiembre? Es difícil tener una respuesta clara, pero lo cierto es que no podemos darnos el lujo de continuar en la misma dirección. Lo que lleva a una segunda pregunta: ¿cómo reorientar la solidaridad y energía sociales hacia un proyecto transformador de nación? Cualquier escenario que podamos vislumbrar debe incorporar dos factores clave: rediseño de nuestras instituciones y participación democrática e inclusión social. De esta forma, podemos perfilar cuatro alternativas posibles: 1) cambio institucional de calidad con alta participación e inclusión; 2) cambio institucional sin participación; 3) amplia participación social que no se traduce en cambios; y 4) reproducción inercial del estado de cosas previo a los terremotos de septiembre. El escenario ideal es que los terremotos se conviertan en el punto de inflexión para detonar a través de una intensa participación ciudadana, una transformación en el funcionamiento, representatividad y rendición de cuentas de nuestras instituciones políticas y para consolidar un Estado de derecho efectivo. Lo cual tendría que acompañarse de políticas mejor diseñadas para promover la inclusión social y reducir significativamente las desigualdades. Un segundo escenario posible consiste en la materialización de cambio institucional sin participación, lo que en otras palabras significa decisiones verticales por parte de liderazgos políticos desacreditados ante la sociedad. Aun cuando pudiéramos alcanzar reformas, y que éstas fueran incluso bien diseñadas e implementadas, la falta de participación social derivaría en una rendición de cuentas muy débil y, por lo tanto, los cambios difícilmente generarían inclusión o permitirían erradicar los pactos de impunidad. En los hechos, la ausencia de espacios de participación significaría cambiar para seguir igual. Una tercera alternativa es que se mantenga e incremente la movilización social activada con el terremoto, pero que esto no se traduzca en cambio institucional o que la aprobación de reformas se limite a modificaciones de fachada. Esto supondría un potencial para mayor frustración, hartazgo y conflicto social violento ante la negativa de los actores políticos a escuchar y atender las demandas que emergen desde la sociedad. Finalmente, también es posible que se imponga la inercia, que la movilización social se desvanezca conforme pasan las semanas y, por lo tanto, no haya ningún tipo de transformación. Lo cual implicaría un proceso incremental de degeneración institucional y una fractura tan irreversible como impredecible entre sociedad y gobierno. Tengo la impresión de que muchas cosas van a cambiar en los próximos meses, pero es difícil identificar la dirección y la calidad que tomarán esos cambios. Necesitamos una metamorfosis nacional, una transformación democrática profunda e incluyente. Lo que necesariamente pasa por canalizar la energía social liberada hacia el cambio institucional de fondo, porque sin esa presión y movilización desde la sociedad, los actores políticos difícilmente asumirán la responsabilidad del cambio político y mucho menos renunciarán a seguir beneficiándose de la corrupción y los pactos de impunidad.