Son muchos los peligros que representa el derretimiento de glaciares y permafrost, pero recientemente, los científicos han alertado de una amenaza que no se había tomado en cuenta hasta ahora.
Se trata de la liberación de gas radón, el cual comúnmente se encuentra en el permafrost, y según estudios recientes, es altamente cancerígeno.
Normalmente, el gas radón está bajo la superficie de la tierra, y si bien se expulsa en niveles bajos, el derretimiento del permafrost permite que se libere en “niveles catastróficos”, según expertos.
Asimismo, suele proceder de la descomposición del uranio presente en algunas rocas, que también suelen quedar bajo la capa de hielo y nieve que conforman el permafrost.
Debido a que el hielo del permafrost “encapsula” este gas, su derretimiento representa un impacto considerable, ya que se estima que la concentración de radón en las zonas cubiertas por permafrost aumenta 12 veces en comparación con otros lugares con la misma composición geológica pero sin permafrost.
Esto amenaza especialmente a las poblaciones cercanas. Diversas investigaciones detallan que este gas es la segunda causa principal de cáncer de pulmón, solo superado por el tabaquismo. A su vez, el radón puede crear sinergias con el tabaco, lo que coloca a miles de fumadores en doble riesgo.
Otra particularidad del radón es que puede acumularse en grietas, por lo que los hogares, escuelas y otros edificios, corren el riesgo de almacenar este gas. Esto puede solucionarse parcialmente con la ventilación en las edificaciones, pero no garantiza seguridad total, ya que lugares como los sótanos son altamente susceptibles de almacenar este gas en grandes cantidades.
De acuerdo a las estimaciones más recientes, para 2050 se habrá perdido 42% del permafrost ártico, con sus respectivas consecuencias como la liberación de gas radón así como de microorganismos de los que no se conoce aún el impacto que podrían tener para nuestra salud.
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