Es un hecho que la política exterior de México no es de interés del presidente Manuel López Obrador, lo dejó claro desde que inició su gestión presidencial, en un contexto de una cancillería inerte y silenciosa, sin la suficiente capacidad y habilidad de abrir espacios con la oficina presidencial, para aconsejar y proponer acciones; particularmente en la gestión del secretario Marcelo Ebrard, comentan en pasillos, era evidente que él y su equipo se movían solícitamente en función de una ficticia candidatura presidencial (es claro que nunca fue considerado por el presidente) y no en apuntalar una estratégica planificación diplomática.
Si bien el Artículo 89 constitucional faculta al presidente a dirigir la política exterior, este esfuerzo invariablemente debe estar dirigido a la defensa de los intereses de México y la promoción de sus objetivos en el contexto internacional. En tanto, de conformidad con el Reglamento Interior de la SRE, el titular de la cancillería tendrá la función de asistir al presidente en el manejo de las relaciones exteriores y planear, coordinar, ejecutar y evaluar la política exterior y el Servicio Exterior Mexicano.
Sin embargo, este vínculo no parece tener cabida y la política exterior se mueve alrededor de un populista eslogan de “la mejor política exterior es la política interior”, que conduce a ninguna parte. Las acciones hacia el exterior responden, comentan especialistas, a una visión personal de como el presidente entiende el mundo y a una endeble y en no pocas ocasiones titubeante cancillería, como en el caso de la invasión rusa a Ucrania o el conflicto israelí-Hamás.
Entonces no estamos ante la presencia de una política exterior vigorosa que dé cabida al lugar que México debe ocupar en el plano internacional. Queda la impresión que el presidente se siente incómodo y ajeno en reuniones de alto nivel con el presidente de Estados Unidos o en las cumbres de Líderes de América del Norte, de Naciones Unidas, APEC o el G-20, China o Brasil, entre otros.
Parecería que se siente más en casa con sus vínculos personales con los mandatarios de Argentina, Cuba, Colombia o Venezuela y destituidos presidentes de Bolivia y Perú, que en un artículo anterior en este apreciado medio Eje Central, llamé los presidentes carnales. Pero a la vez México también ha tenido innecesarios desencuentros con Bolivia, Panamá, Perú y España y, últimamente con el presidente electo de Argentina por razones electorales en ese país, ante la falta de oficio en política exterior y diplomacia, donde los socorridos principios constitucionales, especialmente de no intervención, se adulteran a conveniencia.
Colofón
Se ha comentado ampliamente el nombramiento del exgobernador de Hidalgo, Omar Fayad, a la embajada de México en Noruega, quien se suma a anteriores designaciones diplomáticas de otros exgobernadores, como el de Sinaloa (España); Campeche (República Dominicana); Quintana Roo (Canadá) y de la exgobernadora de Sonora al consulado en Barcelona.
Aún está pendiente el nombramiento del titular de la Subsecretaria de Relaciones Exteriores en la Cancillería. Tradicionalmente ha sido ocupada por un diplomático de carrera en activo y que dejó recientemente la embajadora Carmen Moreno, quien se jubiló por edad en 2003 a los 65 años, reintegrada por el excanciller Ebrard y quien recientemente a sus 85 años es nombrada embajadora en Países Bajos.
Así están las cosas entre pago de lealtades, negativas a dejar cargos y privilegios diplomáticos, que dañan a la institución y a funcionarios de carrera.