Cuando la peste se establece en una ciudad -escribió ese polémico y genial teatrista francés Antonin Artaud-, las formas regulares se derrumban, nadie cuida los caminos; no hay ejército ni policía ni gobiernos municipales; las hogueras para quemar a los muertos se encienden al azar con cualquier medio disponible.
Los criminales, al igual que la peste, pueden pulverizar las endebles amalgamas de la vida social, económica, institucional y política. Persiste una acentuada intranquilidad por los altos índices de violencia que alcanza el crimen organizado en el país, en torno a los pobres resultados de las estrategias que se han aplicado para combatirlo; realidad que prevalecerá por muchos años más, la que no es posible amortiguar en el corto plazo y menos abatirla, pensar lo contrario sería puramente imaginario. Tendremos que acostumbrarnos a vivir con este flagelo. Algo que no es humano, sino inhumano.
Resulta inocente, imprudente, estimular estrategias complacientes al crimen organizado, como se ha hecho, porque los cárteles criminales aprovechan la debilidad del Estado para salvaguardar su poder. Nunca serán indulgentes hacia el buen trato que el Estado les proporcione.
Los pobres resultados de la mítica y fantasiosa estrategia de “abrazos y no balazos”, han permitido la expansión regional y la transmutación de la delincuencia a verdaderas máquinas de asesinatos y los cadáveres son numerosos como con la peste. Se ha perdido el más elemental respeto a la vida humana. La cotidiana peste criminal se confunde con lo normal, entre la mentira, negación y la bajeza y debilidad institucional, como la más pura manifestación de la crueldad y la exaltación del horror y la estulticia.
Desde la clemencia y protección imploradas al CJNG por pobladores de Tapalpa, Jalisco, entre otros pueblos; desplazamientos forzados por las mafias en Chiapas y otros lugares; manifestaciones de transportistas por asaltos y asesinatos a choferes; negociaciones en Guerrero entre obispos y el crimen organizado; hasta acusaciones al presidente por supuestos vínculos con criminales, dan cuenta de la crítica situación en que se encuentra la seguridad y la presencia del Estado.
Se añade la peligrosa incidencia del crimen organizado en las elecciones del próximo junio, cuyo proceso en marcha ya cobró varios asesinatos. Ante los sarcasmos de los cortesanos y el escepticismo de la gente, el presidente minimizó y desacreditó los acontecimientos narrados y en un hecho asombroso avaló las negociaciones entre delincuentes y obispos, lo que constituye un delito.
La peste en las ciudades es funesta para el bienestar del pueblo y la democracia, acosada y amenazada por absurdos y despóticos designios, sucios y abyectos, por la furia de cualquier asesino de conciencias, de autócratas, de tiranos, entre las agitaciones diarias entre la libertad y la no libertad, que es necesario drenar. O nos mostramos capaces de proteger la libertad de pensar y decidir en una realidad social verosímil o tomamos las mentiras por verdad en el teatro de la peste, de la crueldad.
Colofón. Asistí a la concentración en el Zócalo de la Ciudad de México del pasado domingo, por convicción propia, como ciudadano libre y con derechos, en defensa de la Constitución y exteriorizar mi reproche a las iniciativas presidenciales para desmantelar la democracia. Lamento los ataques gubernamentales, a todos aquellos mexicanos que asistimos, por externar nuestra conciencia y derecho, a quienes se nos considera enemigos y no cabemos en el concepto de Nación del presidente.