No cabe duda del menosprecio que el presidente mexicano ha mostrado hacia la política exterior de México, ante una amilanada Cancillería que en el sexenio ha sido incapaz de acercar estrategias a la oficina presidencial, en un contexto de arrogancia ideológica presidencial.
En un escueto texto de política exterior, el “Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024” destaca que los gobiernos “oligárquicos y neoliberales” liquidaron los principios de política exterior, cuyas actitudes sumisas, incoherencias y pragmatismo fueron entreguistas, depredadoras y corruptas, como si la política exterior y la diplomacia mexicana hubieran caído al vacío y hoy llegue un libertador para “recuperar la tradición diplomática”, como lo expresa el mismo documento.
El “Quinto Informe de Labores de la SRE 2022-2023”, destaca que en el presente sexenio “México ha afianzado su vocación latinoamericana y se ha vuelto a reposicionar como un punto de encuentro en la región”. ¡Vaya exceso!
Es patente el desinterés del presidente por la política exterior hacia América Latina y el Caribe, salvo los vínculos personales que sostiene con presidentes afines ideológicamente como con el cubano, el colombiano y el venezolano, o con los controvertidos expresidentes Evo Morales de Bolivia, Pedro Castillo de Perú o Alberto Fernández de Argentina, pero esto no es política exterior y menos responde al interés nacional. No hay una estrategia integral hacia estas subregiones, donde, incluso, la aplicación del socorrido principio de “no intervención” responde totalmente a una visión acomodaticia del presidente mexicano; ¿dónde está la importancia de Brasil?
El presidente ha pretendido extrapolar su discurso ideológico interno hacia una fragmentada América Latina y el Caribe, como se aprecia ostensiblemente en el trabajo de las embajadas mexicanas en Cuba, Colombia, Venezuela o en la CELAC, destinadas a promover la ideología presidencial y no los intereses y objetivos nacionales o una real integración latinoamericana.
Hacia Centroamérica, que debe tener una atención prioritaria geopolítica, el mandatario mexicano exportó sus programas estelares Sembrando vida y Jóvenes construyendo el futuro, que no creo que lleguen lejos, pero no nos adelantemos, los resultados tendrán la respuesta, a lo que se suman las imprudentes confrontaciones diplomáticas con Bolivia, Panamá, Perú y la Alianza del Pacífico.
En el documento “Desafíos de la política exterior de México 2024”, del Grupo México en el Mundo, la reconocida especialista Guadalupe González destaca la falta de cuadros profesionales en las subregiones mencionadas, ya que en las 24 embajadas mexicanas que existen en éstas, México sólo cuenta con siete embajadores de carrera, los restantes son nombramientos políticos (Bolivia, Paraguay, Guyana, Haití, Jamaica, Santa Lucía y Trinidad y Tobago). Costa Rica y Perú tienen encargados de negocios. Ello refleja un exceso de nombramientos políticos y la precaria importancia que se otorga a estas subregiones, en función de una gestión político-ideológica y no de una actividad político-diplomática experimentada, necesaria al interés nacional.
Hoy la política exterior mexicana transita sin rumbo definido, en un sórdido lema de que la “mejor política exterior es la interior”, sólo útil para el discurso populista interno.
Si bien la Constitución mexicana otorga al presidente la facultad de dirigir la política exterior, ésta debe partir de un proceso de planeación con los actores adecuados, acorde con el interés nacional y no de los intereses políticos de la administración en turno. Veamos como viene el próximo sexenio, porque hoy este arroz ya se coció.