Los países pueden llorar por varias causas, por su insoportable dimensión hoy trataré una de ellas.
Ante el fracaso al iniciar 2024 y el cercano fin de sexenio, todo indica que en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado ya no hay nada nuevo que esperar y sólo queda dar tiempo al tiempo, al cambio de una nueva administración presidencial que pueda replantear y reorientar la estrategia de seguridad.
Tema esencial en la agenda entre México y Estados Unidos sigue siendo el narcotráfico, hoy específicamente el trasiego de fentanilo. La vecindad con Estados Unidos y su amplio mercado de drogas define la problemática mexicana: mientras haya demanda en el vecino país también tendremos tráfico y crimen organizado de alta magnitud. Esa es la debilidad estadounidense, donde una parte importante de la sociedad es adicta y no parece que haya soluciones a sus causas sociales.
A lo anterior se suman estrategias inconsistentes y execrables en México para combatir el tráfico de drogas y otras actividades como el secuestro, el tráfico de migrantes, el huachicol, el lavado de dinero y el cobro de derecho de piso, ante una imaginaria estrategia de “abrazos y no balazos”, irresponsable, hueca y frívola, porque el mundo está interconectado y el crimen organizado es real y no es un lema político.
En varias partes del territorio mexicano el poder institucional ha sido rebasado y sometido por los criminales, quienes mantienen bajo control zonas y poblaciones. Resulta paradójico adoptar estrategias condescendientes y complacientes hacia el crimen organizado, tenerles compasión, grupos que aprovechan cualquier debilidad para crecer y salvaguardar su subsistencia, enfrentar a policías y a otros grupos criminales, controlar plazas, rutas, mercados, armas, poder y dinero. Por supuesto estos grupos nunca serán indulgentes hacia el buen trato y la clemencia que han mostrado hacia ellos el presidente mexicano y su gabinete de seguridad.
El presidente dijo que lucharía contra el crimen organizado con programas sociales, pero eso por sí sólo no soluciona el problema. No se ha resuelto ni un tema ni el otro. Ante la negativa gubernamental para enfrentar a los cárteles, hoy se requiere urgentemente aplicar estrategias serias, integrales y especializadas. El país ya no soportaría un sexenio más de inseguridad, violencia y muerte, que ha puesto contra la pared a los mexicanos. Aunque corremos el riesgo que esto vuelva a suceder si no exigimos lógica en vez de política populista.
En este patético panorama es indispensable la cooperación con Estados Unidos y con América Latina. México tiene una frontera muy porosa con Belice y Guatemala y hacia el sur se ubican países propicios al cultivo, la producción y el tráfico de drogas.
Empieza un sangriento 2024 con alrededor de 180 mil homicidios dolosos, fosas clandestinas y crímenes y secuestros masivos, donde el Estado perdió el monopolio exclusivo de la fuerza, donde impera la futilidad para tratar el tema y prevalece la impunidad ante verdaderos actos terroristas de los delincuentes.
Sentado en mi viejo escritorio, frustrado por el futuro de mi país, pienso que el periodo presidencial que termina ha sido incompetente para luchar contra este flagelo, pero también que no ha tenido la voluntad para hacerlo y ha sido cómplice. Veo cómo se ha perdido la paz y la tranquilidad, han sido arrebatadas, aquí donde algunos seres humanos tienen derecho a cometer crímenes y otros debemos estar sujetos a las leyes y sometidos a los criminales.
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