De acuerdo con los historiadores rusos, el reinado de Iván IV (1530-1584) se divide en dos periodos, el de las reformas y el de la Oprichnína.
En el primero, se creó el primer parlamento ruso, se le otorgó más participación y libertad a los gobiernos locales, y se expandió el poderío del imperio sobre Kazán y Siberia.
Pero es el segundo lapso de su mandato por el que Iván se consagra como uno de los líderes más recordados de la historia.
Iván fue un gran estadista. Reforzó y fundó las instituciones gubernamentales, expandió las relaciones comerciales del imperio con Occidente, introdujo el escudo de armas y los símbolos de nacionalismo; además de que sentó las bases de un gobierno participativo. Sin embargo, el mundo moderno hoy sólo le recuerda por su faceta más cruel, y no es para menos.
El zar, se dice, tenía verdaderos problemas mentales. Ejercía su autoridad con puño de acero, utilizando los castigos más inhumanos. Mató a su propio hijo, Fiódor, y fundó la Oprichnína, un cuerpo armado encargado de ejercer la justicia y la seguridad pública, así como de servir de espía al gobierno.
Durante el segundo periodo de su reinado aterrorizó a sus enemigos, lo mismo que a sus propios aliados, y aunque logró darle unidad al Imperio y mantener la estabilidad del país, el costo fue el propio gobierno y es que la obsesión de Iván con el poder terminaría con la dinastía Rurik, que había estado al mando de Rusia desde el sigo IX.
En los últimos meses, Vladimir Putin cada vez rememora más al cruel tirano.
El nuevo Putin
Formado en el Comité para la Seguridad del Estado (KGB), el cuerpo de inteligencia soviético, Putin dejo el espionaje cuando la U.R.S.S. colapsó en la década de los años 90, abriéndose paso en la vida política del nuevo Estado de la mano del primer presidente de la Rusia democrática, Boris Yeltsin.
Cuando éste renunció sorpresivamente en 1999, Putin fue nombrado gobernador interino, un puesto el cual conquistó oficialmente en el año 2000, tras celebrarse una ronda electoral. Desde entonces, de una manera u otra, Putin ha estado al frente del país.
En una nación marcada por el separatismo y un estado de vulnerabilidad, tras los estragos dejados por la era soviética, Rusia necesitaba de un gobierno fuerte y unido para detener la desintegración del país y fortalecer las bases del gobierno. Putin fue ese elemento de cohesión.
Fue un símbolo de modernidad y restructuración política, económica y social. Pero Putin, acostumbrado a reinar, parece haber caído en la misma retórica que Iván y el gobierno que hoy encabeza, ya no es el de la reformación, sino el de tiranía.
La administración de Putin ya era famosa por ser represora e imperialista antes de Ucrania. La invasión de Georgia en 2008, el aprisionamiento y atentado de muerte contra el opositor político, Alexey Navalny; así como las presiones contra Pável Durov, fundador de la red social VK, para que se retirara de la empresa y huyera del país, son sólo algunos de los ejemplos del autoritarismo de su administración.
Sin embargo, ha sido en los últimos meses cuando el presidente ruso ha llevado su poder hasta un nivel desbordante, dejando en claro que su determinación no conoce fronteras.
La guerra maldita
Cuando en febrero, el Kremlin decidió lanzar una campaña militar contra Kiev, la misión se pensaba duraría pocos días. A casi siete meses del primer ataque, Rusia no sólo no ha logrado su cometido de controlar la capital y destituir al gobierno del presidente Volodomir Zelenski, sino que se ha visto forzada a retirarse de las pocas áreas en las que tenía dominio.
El ejército ruso no sólo ha sido incapaz de alzarse con la victoria, sino que le ha mostrado al mundo la poca capacidad y preparación que tiene.
A Putin, la vergüenza no le ha sentado bien y para compensarlo, el pasado 20 de septiembre endureció la estrategia militar contra Ucrania, al autorizar el envío de 300 mil elementos de reserva a combate. El decreto, no sólo obliga a población poco preparada a luchar, sino que prohíbe a los soldados a renunciar al Ejército o abandonarlo hasta que se autorice lo contrario.
La medida viene después de que el 10 de septiembre el Ejército ruso fuera obligado a retirarse de Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania y una pieza clave para acceder a la capital, dándole a Kiev una de las mayores victorias hasta el momento.
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Un mes antes, Putin se reunió con gobernadores de regiones fronterizas para tratar de contener y superar la situación. No obstante, luego de que el 8 de septiembre, el territorio ruso de Bélgorod, vecino de Járkov, fue bombardeado varias veces, el Kremlin pareció entender que su plan había fracasado.
“Escuchamos atentamente las tareas establecidas por el presidente ruso Vladimir Putin y comenzamos a implementarlas. Quien, sino la región de Bélgorod comprende la corrección, la necesidad y oportunidad de las decisiones tomadas”, comentó el 20 de septiembre el gobernador de esta ciudad, Viacheslav Gladkov, tras el decreto de Putin, informó la agencia de información rusa Bel.Ru.
Rusia cree que con más soldados puede revertir la balanza a su favor. El problema es que esta es una formula que ya se ha intentado varias veces este año sin muchos resultados.
En mayo, la Duma estatal, aprobó una reforma para autorizar la inscripción al Ejército a ciudadanos de más de 40 años y a extranjeros de más de 30. Mientras que, en agosto, mediante un decreto, Putin ordenó que el Ejército aumentara su número de soldados en 137 mil, para alcanzar un total de 1.15 millones elementos.
Estas medidas, más que lograr reforzar el frente de batalla, lo han estado parchando. Y es que a pesar de que Rusia dice haber perdido sólo a 6 mil soldados en batalla; datos de Ucrania aseguran que las fuerzas armadas rusas tienen una baja de 55 mil 100 elementos, al menos hasta el 21 de septiembre.
Debido a los malos resultados, en el Ejército ya empezaron a surgir dudas. Diversos mandos militares han criticado la decisión de Putin, pero ninguno se ha atrevido a contradecirlo.
La resistencia
La opacidad del gobierno y la terquedad de Putin, han provocado malestar dentro de la propia Rusia. Hace apenas una semana 84 diputados municipales enviaron un documento a la Duma, pidiendo la dimisión del mandatario y su consecuente juicio por “traición” a la patria.
En tanto que diversos oligarcas, críticos de las actuales decisiones del gobierno, han fallecido en los últimos meses en circunstancias inauditas e inesperadamente.
La tiranía de Putin no acepta cuestionamientos, y tampoco su Ejército. En Ucrania, los soldados rusos han incurrido en actos de tortura y otros crímenes de lesa humanidad en las regiones donde se han asentado. Tan sólo en los recientes territorios recuperados en Járkov, se encontró una fosa clandestina con más de 400 cadáveres, además de diversas cámaras de tortura.
Putin culpa a Occidente de las atrocidades y la prolongación de la guerra, ya que, al apoyar con recursos, conocimiento y armamento a Ucrania, Europa, Estados Unidos y sus aliados quieren “debilitar, dividir y destruir Rusia”, aseguró el mandatario en un mensaje televisado el 21 de septiembre.
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A pesar de que el Ejército ruso está claramente perdiendo la guerra, Putin sigue aferrándose a su narrativa, confiando en que el control que tiene sobre Europa y el debilitamiento económico de la región, serán suficientes para disuadir a Occidente de mantener su apoyo hacia Kiev, sobre todo porque al aproximarse el invierno, Moscú puede ejercer presión contra el viejo continente mediante el suministro de gas.
En caso de que los enemigos del Kremlin no cedan o cesen su apoyo con Zelenski, el mandatario ruso advirtió al mundo una vez más que, si la integridad territorial de su nación se ve amenazada, se “utilizarán todos los medios a disposición” del gobierno para hacerle frente, al referir el poder nuclear del Estado.
La invasión de Rusia sobre Ucrania, hoy parece que más que táctica es una guerra de orgullo. De la vanidad de un hombre que, por no reconocer la derrota, no se sentará a negociar, y en vez de eso seguirá alimentando al Ejército con más personal, cuya poca preparación podría provocar la muerte de cientos de soldados y civiles, tanto de uno como de otro bando.
“¿Es apropiado que un rey, si es abofeteado en la mejilla, vuelva la otra? ¿Cómo puede el rey administrar el reino si permite la deshonra sobre sí mismo?,” dijo Iván El Terrible.
Hoy esa filosofía parece encajar con la idiosincrasia de Putin, ojalá la historia no se repita y el mandatario sea el fin de su propio país.
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