El analfabetismo, entorno social y familiar desfavorables propician conductas delictivas, por lo que la violencia en México se concentra en 13 entidades.
Durante la presentación de “Modelo estructural de incidencia delictiva y entorno social en México”, Nadyra Rodríguez Arias, explicó que la falta de cohesión social, la desintegración familiar, problemas de adaptación al sistema de niños y jóvenes, la pobreza y el resentimiento, propician el desarrollo de conductas violentas y delictivas.
Sin embargo, el grado de analfabetismo es uno de los factores que más peso tiene en la determinación de estas conductas.
Por lo cual, y según el artículo publicado en la Revista Legislativa de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados, se precisó que las entidades con un mayor nivel de conducta violentas en el país son: Aguascalientes, Chihuahua, Ciudad de México, Baja California, Sonora, Quintana Roo, Nuevo León, estado de México, Sinaloa y Coahuila.
“Por otro lado, los estados con los mayores indicadores de delincuencia son: Aguascalientes, Sonora, Ciudad de México, Chihuahua, Quintana Roo, Nuevo León, Yucatán, Sinaloa, Guerrero, Jalisco y estado de México”, detalla la investigación.
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Por lo tanto, ocho de 10 estados que se encuentran en los primeros lugares de un indicador, reinciden en el segundo, lo cual sugiere una posible correlación entre ambas variables.
Ante este problema, la autora planteó la mejora en el nivel educativo y acciones comunitarias para un bien común pueden generar un efecto positivo y una disminución de la violencia en el mediano y largo plazo.
Según la investigación, en México existen diversos estudios que han documentado el proceso de erosión del tejido social vía las relaciones familiares, en los que se detecta que dos de las principales causas son la pobreza y la inseguridad del empleo, ya que profundizan el aislamiento y la segregación.
Lo anterior se refleja en una disminución de la cohesión social, es decir, vínculos sociales débiles o que no llegan a formarse en lo absoluto.
En ese sentido, el entorno familiar posee gran importancia como raíz de situaciones sintomáticas de incidencia delictiva como manifestación emergente de un entorno social problemático y complejo, aunados a distintos componentes estructurales en la adquisición y reproducción de patrones de comportamiento relacionados.
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