Porfirio, la bisagra del cambio
En estos últimos 60 años se constituyó como el articulador del andamiaje democrático de México. Deseó ser Presidente, pero asumió que “hay veces que se está en la historia, aunque no se tenga el poder”, Este 1 de diciembre le colocará la banda presidencial a López Obrador, al primer presidente de izquierda
En mayo de 1974, Porfirio Muñoz Ledo perdió por partida doble. El lunes 13 su mentor, Jaime Torres Bodet, al terminar de escribir sus memorias tomó su pistola y se mató. Y al día siguiente, sin darse cuenta, se le escapó la oportunidad de ser Presidente de la República.
Luis Echeverría Álvarez entonces era el Presidente y en esos días estaba de gira en San Luis Potosí. Porfirio era su secretario del Trabajo y uno de sus hombres de confianza, lo que le convertía en una carta fuerte para ser candidato presidencial al año siguiente, y ese lunes, ante la muerte del dos veces secretario de Educación, se comunicó vía telefónica con el mandatario:
—Señor Presidente, le estoy hablando...
—Ya sé para que me llama, para su maestro —interrumpió Echeverría.
—Sí, para eso era.
—¿Qué me quiere pedir?.
—Que mañana lo enterremos en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
—¿Por qué un hombre que se suicidó es un ejemplo para el país? —cuestionó Echeverría.
—Uno no tiene derecho a saber cuándo nace, pero uno tiene derecho a saber cuándo muere —atajó Porfirio.
—Explíquelo en la Rotonda mañana a las once del día —respondió el Presidente y colgó.
Ese día que enterraba a su maestro, el hombre que construyó el andamiaje institucional educativo, Porfirio decidió dedicar las cuatro páginas de su discurso a lo que él llamaba las “pandillas” formadas dentro del gobierno.
“La política no es el arte del mimetismo servil, ni de las transacciones secretas con los poderes ajenos al Estado, ni de la formación de grupos o corporaciones que nacen y desaparecen sin dejar más huella. Nos enseñó (Jaime Torres Bodet) que el hombre de gobierno, es ante todo, un intérprete del pueblo y un creador de instituciones”, soltó con dureza, con pasión, ese 14 de mayo en el acto solemne de la Rotonda.
“Me lo concedió. El mejor discurso de mi vida. El día que yo pronuncié mi discurso, perdí la Presidencia de la República”, reconoce 44 años después Porfirio Muñoz Ledo, en entrevista con ejecentral. El campeón de la oratoria era poco querido por varios del gabinete, porque les parecía soberbio y malencarado.
Debieron pasar unos años y estar en Estocolmo, Suecia, en un congreso de socialdemócratas, para que cayera en cuenta que la defensa de su maestro le generó perder la oportunidad de ser Presidente y, en consecuencia, que Echeverría se inclinara por José López Portillo.
“Años después, ahí en Estocolmo, me dice Echeverría: ‘Este hombre (Jaime Torres Bodet) era muy pedante’. Entripó. Por eso no fui Presidente: por mi admiración a Torres Bodet. ¡El gran funcionario! ¡El esteta de la función pública! ¡El esteta de la política!”
Quienes lo conocen sostienen que Porfirio aprendió a perdonar. Su ambición no se anquilosó al deseo de alcanzar la Presidencia. Es un hombre de Estado, consideran quienes lo admiran y un ególatra, según sus detractores.
“Un borderline entre la genialidad y la locura”, lo califica la economista Clara Jusidman.
Y para Gerardo Fernández Noroña, quien se formó en sus primeros años de vida política con Muñoz Ledo, sostiene que “(Porfirio) es como el sol: muy brillante y la mejor manera de relacionarse con él es de lejitos”.
“Allá nosotros”
No sólo anheló ser el ungido esa vez en 1976; lo intentó y esperó varias veces más. Tenía una cita con la historia, pensaba. Para lograrlo, respetó los tiempos políticos hasta que se hartó en 1987, y comenzó otra batalla, ésta de mayor envergadura: romperle la espina dorsal al PRI y democratizar al sistema político.
El primer paso fue crear, junto con Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y Rodolfo González Guevara, la Corriente Democrática dentro del Revolucionario Institucional. El segundo, impedir que el dedo presidencial eligiera a su sucesor.
—No estoy de acuerdo en que ustedes hagan una corriente —reprendió Miguel de la Madrid al entonces exembajador de la ONU.
—Nosotros vamos a seguir adelante —retó Muñoz Ledo.
—Allá ustedes… —replicó el presidente que al final elegiría a Carlos Salinas de Gortari como su sucesor.
—Allá nosotros... —le contestó Porfirio.
Al final, la Corriente Democrática se escindió del partido e impulsó la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. “Fue en rompimiento ideológico, empezaba el neoliberalismo y fue también un rompimiento con Miguel de la Madrid, compañero mío, que cada vez se fue más hacia la derecha, en sus memorias le llama ‘cambio de rumbo’. Yo era amigo de él, me ratifica como embajador en Naciones Unidas, pero Miguel fue cayendo cada vez más a la derecha, a la renegociación de la deuda, al Fondo Monetario Internacional”, rememora Muñoz Ledo
Decidieron no recurrir a acciones radicales y junto con el hijo del expresidente Lázaro Cárdenas le dieron forma a un partido de izquierda que en 1989 se convirtió en el PRD. El primer presidente fue Cuauhtémoc Cárdenas, luego, en 1993, Porfirio, a quien le tocaría negociar la reforma que ciudadanizó al sistema electoral.
Una tarde, cuando se cabildeaba la reforma política, Jorge Carpizo, entonces secretario de Gobernación, decidió romper el diálogo. No estaba dispuesto a ceder ante la idea de crear un órgano electoral autónomo. “No tenemos nada de qué platicar”, soltó Carpizo. Con calma Porfirio respondió: “Yo no me levanto de esta mesa. Si ustedes se levantan, yo no me levanto”.
Esa tarde, la reunión culminó mal, pero Muñoz Ledo declaró a la prensa todo lo contrario. Aseguró que las cosas marchaban bien y que había sensibilidad de parte del gobierno. Era toda una estrategia para obligar al gobierno de Salinas a negociar. Al escuchar sus declaraciones, el rostro de Carpizo se encendió, adquirió un tono rojizo, y le fue imposible ocultar su malestar.
“El gobierno no sabía cómo tapar esos huecos. Se tuvo que sentar el gobierno en la mesa”, recuerda Francisco Curi, exoficial mayor del PRD y por décadas hombre muy cercano a Muñoz Ledo y Cárdenas.
Con la fuerza que dan las acciones, Porfirio peleó, en 1999, por la candidatura del PRD a la Presidencia de la República. Pero a su aspiración se opuso la figura de Cuauhtémoc Cárdenas. Lo instó a debatir, se confrontaron y las corrientes internas del partido se definieron por Cárdenas.
Entre quienes estuvieron cerca de este proceso, que generó la mayor tensión entre las principales figuras del partido, aseguran que Cárdenas tenía mayor peso y que las diferencias internas no voltearon a ver a Muñoz Ledo. Sin embargo, hay quienes aseguran que le tuvieron miedo.
“Lo que no lo dejó llegar fue su inteligencia, ha sido su mejor cualidad, pero al mismo tiempo es como un obstáculo porque despierta muchas envidias”, asegura Brenda Carrillo, quien trabajó como su asesora en la Cámara de Diputados.
Para Curi la explicación es más sencilla: “Cárdenas tenía un peso específico muy importante y además estábamos entrampados en el tema de buscar conciliar hacia dentro”.
Era la segunda vez que perdía la posibilidad real de llegar a la Presidencia. Aunque no cedió y consiguió la candidatura a la presidencia por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), pero tampoco fue su momento y renunció.
“Hay ocasiones que se tiene el poder, pero no se está en la historia; y hay veces que se está en la historia, aunque no se tenga el poder”, desliza Porfirio, el mismo que desde estudiante anheló ocupar un pequeño sitio en la historia.
La idea recurrente
En 1954, de acuerdo con el gobierno, Porfirio Muñoz Ledo era estudiante de la UNAM y también “henriquista”, lo que se traducía en que apoyaba a uno de los grupos no bien vistos dentro del PRI desde 1952, cuando disputaron la Presidencia de la República.
›Desde entonces, los órganos de inteligencia del Estado vigilaban a Porfirio. En este caso la Dirección Federal de Seguridad (DFS) archivó un reporte fechado el 23 de abril de 1954, en el que se aseguraba que pretendía “crear un serio problema al rector de la Universidad”, con el objetivo de que renunciara y, en su lugar, se encumbrara el licenciado Mario de la Cueva.
“Los principales estudiantes henriquistas dentro de la Universidad son Armando García, Paulino Marín, Porfirio Muñoz Ledo, Agricol Lozano, Fernando García Arellano y Arturo González Cosío, encargados de ejecutar las consignas de la Federación de Partidos del Pueblo”, de acuerdo al reporte. No pasó a más.
En realidad, el joven Muñoz Ledo estaba más concentrado en sus estudios. Para 1956, una idea le asaltó la cabeza: cómo se podía tender un puente entre la realidad y el derecho. El cómo la normalidad se vuelve normatividad y cómo la normatividad se vuelve normalidad, de acuerdo a lo que argumentaba Hermann Heller en su obra Teoría del Estado. Así que decidió ir a Francia a estudiar. “En México estaba muy lejano. Entonces yo me voy sin saber la dimensión que tenía la ciencia política. El cómo puedes analizar el fenómeno jurídico y el fenómeno político. Y es en lo que me especialicé”.
El jurista y exrector de la UNAM, Mario de la Cueva, fue quien alentó a que toda una generación para que se formara en Europa. “Me formé universitariamente bajo su égida”, reconoce Porfirio Muñoz Ledo en una entrevista hecha por James W. Wilkie y Edna Monzón Wilkie para el libro Porfirio Muñoz Ledo, historia oral 1933-1938.
Una vez instalado en París, acudió a diferentes actos sociales. En uno de tantos conoció a Jaime Torres Bodet, quien era embajador de México en Francia. El escritor y diplomático disfrutaba de platicar con Porfirio. Hasta que una tarde Muñoz Ledo aprovechó la cercanía y le hizo una petición: que lo ayudara a entrar a los debates de la Asamblea Nacional Francesa, donde se gestaba la transición entre la IV y V República.
Bodet fue a su escritorio, abrió su cajón y le dijo: “aquí está mi pase de Embajador. Se lo doy a dos condiciones: que usted aprenda vida parlamentaria y que usted hable un francés correcto. Y le cumplí las dos”, recuerda Porfirio.
Se identificó con el Tercer Mundo, leyó a Franz Fanon y a Jean Paul Sartre. Estudió en la Francia de la V República surgida de la Constitución de 1958. Paradójicamente en Europa, se especializó en Constitución mexicana, hizo una síntesis de 200 páginas de la Carta Magna y a su regreso a México la tradujo. “Yo fui a aprender derecho francés y me encontré con un profesor que quería conocer instituciones políticas mexicanas y que me marcó para toda la vida”.
Se va a poner peligroso
Era 23 de marzo de 1994 y Porfirio iba a bordo de su auto rumbo a las oficinas del PRD. No le gustaba usar su celular, pero ese día le llamó directamente el secretario de Gobernación, Jorge Carpizo, al que atendió de inmediato. Lo saludó y minutos después colgó.
“Acaban de matar a Colosio. Aguas, porque esto se va a poner peligroso”, soltó en voz alta a su escolta y chofer que lo acompañaban.
La noticia aún no era pública. Sólo se sabía que habían atentado contra el candidato del PRI a la presidencia, Luis Donaldo Colosio, y estaba hospitalizado en Tijuana. La estabilidad del país se trastocó y la sucesión presidencial se le escapaba de las manos a Carlos Salinas, quien en 1988 ganó la elección bajo la acusación de haber cometido fraude.
“Yo lo veía preocupado y no por su situación física. Me daba la impresión a mí que por el país”, relata su chofer.
Y la situación se puso tensa. Pocos lo saben, pero en las horas siguientes al magnicidio, para mucha gente, el principal sospechoso del crimen fue la oposición. “Entraron un sinnúmero de llamadas a las oficinas amenazando de muerte a todos los del PRD”, cuenta una de las personas que estuvieron en el sitio.
Tras los insultos, un mensaje puso mayor tensión, alguien había llamado para decir que iba a estallar una bomba. De inmediato el jefe de la escolta de Muñoz Ledo ordenó desalojar el edificio.
—Evacúe todo el edificio —le informó su jefe de escoltas.
—¿Cómo? ¿Con qué autoridad? —le cuestionó Porfirio, mientras permanecía sentado en su escritorio de la presidencia del PRD.
—Con la mía —respondió el agente de la Procuraduría capitalina.
—¿Por qué? —insistió el perredista.
—Es que me acaba de avisar Curi que hay una bomba.
—Mano, ¿pero por qué evacúas el edificio? —preguntó Porfirio.
—Porque dicen que va a estallar en 10 minutos.
—¡Vámonos! —y salieron corriendo.
Ese mismo día, cuando llegaron a la casa de Porfirio otro episodio rompió la calma. Un grupo de encapuchados con armas largas se apostó en el domicilio de presidente del PRD. “Pensé: ‘hasta aquí llegamos’”, pero no iban en contra del legislador, era un cuerpo especial enviado por la PGR para cuidarlo tras el magnicidio.
El país estaba convulsionado; sin embargo, Porfirio consideraba que era momento de reformar el sistema electoral y en 1996 se presentó la coyuntura. Un año después, el PRI perdería la mayoría en la Cámara de Diputados y Muñoz Ledo, como presidente de la Mesa Directiva, se encargaría de responder el Tercer Informe de Gobierno de Ernesto Zedillo.
“Saber gobernar es también saber escuchar y saber rectificar. El ejercicio democrático del poder es, ciertamente, mandar obedeciendo. Lo que en última instancia significa el cambio democrático es la mutación del súbdito en ciudadano. Ninguna ocasión mejor que ésta para evocar el llamado que, en los albores del parlamentarismo, la justicia mayor de Aragón, hacía el entonces monarca para exigirle respeto a los derechos de sus compatriotas: ‘Nosotros, que cada uno somos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos´”
Alianza foxista… por un ideal
En el 2000, el país que había sido gobernado 70 años por el PRI, dio un paso a la alternancia. Habían transcurrido cinco meses de campaña, apenas en septiembre de 1999 había lanzado su candidatura presidencial por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y a tan sólo 18 días de la elección, Porfirio Muñoz Ledo declinó y se sumó a la campaña de Vicente Fox. Pensó que con la alternancia existía la posibilidad de realizar una reforma del Estado, idea que siempre persiguió.
›Este hecho, según la apreciación de Fernández Noroña, se convirtió en su mayor error político. “Yo se lo dije alguna vez. Él ha trabajado para la historia y ahí se le olvidó. Ahí me parece que sí fue un error. No es el único que cometió en su larga carrera política, pero pesa más lo brillante que ha sido, sus aciertos, su estar en primera fila en los últimos 50 años”.
Es difícil hablar de errores hace 18 años, dice el exdiputado José Agustín Ortiz Pinchetti. “Muchos de nosotros queríamos la alianza con Fox, entonces, cuando él se alió a Fox, Porfirio se defendía diciendo: ‘¿Si todos ustedes querían la alianza, por qué ahora no entienden que es la alternativa a la democracia?’ Pero ni él ni nosotros sabíamos la clase de personaje que era Fox, quien hizo que nos ilusionáramos porque gobernó con el mismo régimen”.
Y es que el presidente Vicente Fox primero dijo que sí al proyecto de la Comisión para la Reforma del Estado, narra el padre Miguel Concha, quien fue uno de los 150 especialistas que participaron en la Comisión de Estudios, pero el guanajuatense olvidó su promesa. “Fue un trabajo organizado que se llevó a cabo en mesas, con plenarios, donde se discutieron distintos temas”.
De esa iniciativa sólo quedó un libro editado por la UNAM. Muñoz Ledo pronto se dio cuenta que la reforma no se llevaría a cabo con Fox. En 2001 fue designado embajador de México ante la Unión Europea, en donde permaneció hasta su rompimiento con el Presidente a causa del desafuero contra Andrés Manuel López Obrador, al que Porfirio abiertamente se opuso.
Ni Presidente ni reforma del Estado, pero no se da por vencido y en la derrota elige el humor como defensa. Como aquella tarde que se adentró al mar en Acapulco. Frente a él se alzaba una gran ola a la que no le tuvo miedo y le hizo oposición. Pero la naturaleza le hizo una jugarreta: la ola era tan fuerte que lo revolcó por el malecón. Su cuerpo iba y venían en el vaivén del mar.
Sus compañeros corrieron a auxiliarlo. Porfirio se levantó y dijo: “esta es una derrota histórica”, y soltó la carcajada.
El virtuoso negociador
El 27 de diciembre de 2012, el exjefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera Espinosa nombró a Porfirio Muñoz Ledo comisionado para la Reforma política de la Ciudad de México. En compañía de su equipo se le asignó una oficina en el Palacio del Ayuntamiento.
Durante dos años, entre 2013 y 2015, Porfirio y su gente cabildearon con diputados y senadores para materializar la reforma al artículo 122 constitucional, para dar vida a la Ciudad de México. También dialogaron con organizaciones, dependencias y académicos. En enero de 2016, comenzó la batalla visible, y a pesar de sus 83 años, soportó las jornadas de discusión que eran maratónicas y las cinco o seis reuniones diarias.
“Lo que admiro de Porfirio es que creyó en esa causa desde hace 40 años o más y siempre en los espacios en los que estuvo luchó para conseguirlo”, confiesa Brenda Gómez Carrillo, su asesora por más de ocho años y quien junto a Gustavo Vela, Andrea Pérez, Muñoz Ledo y el grupo redactor, colaboraron en la elaboración del proyecto de Constitución.
Un rasgo de Porfirio que se plasmó en el proceso constituyente, señala Gómez, es que conducía las mesas magistralmente. Tenía, rememora, la palabra precisa. “Podía tener varios detractores alrededor, pero siempre encontraba la frase correcta para incluirlos en ciertos temas o para de forma muy elegante decirles que no estaban en lo correcto. Tejió los acuerdos políticos sobre diferentes asuntos. Logró crear muchos consensos que eran muy complicados”.
Uno de esos tópicos fue el aborto y los matrimonios igualitarios, apunta el padre Miguel Concha, quien formó parte del grupo de notables que redactó el proyecto de Constitución. Pese a las diferencias de criterio, añade, nunca confundió la amistad con la postura que cada personaje asumía.
Todos los martes, por un lapso de dos horas, se reunía el grupo redactor. “Las condiciones que nos ofrecían, hasta físicas, eran muy malas. No nos ofrecían ni café”, refiere la economista Jusidman. Pese a las diferencias, cumplió. El proyecto de Constitución se entregó en tiempo y forma.
“Dominar el azar”
En una ocasión a Porfirio se le hizo tarde, por causas de trabajo, y debía abordar un vuelo que ya había cerrado. Sólo se le ocurrió preguntarle a la persona del mostrador porqué puerta debía abordarlo y, al saberlo, echó a correr y detrás de él iba su escolta. Prácticamente se colocó frente a la aeronave y detuvo su marcha. El hombre que hacía los movimientos con las luces en la pista contactó con el piloto y le preguntó si podía subir al senador Muñoz Ledo. Lo permitió el capitán y Porfirio llegó a su cita.
No se trataba de un abuso de su parte, sino de su obsesión por cumplir en su trabajo y ser puntual.
Hacer lo imposible por no dejar de cumplir con sus compromisos también incluía dejar abandonada su camioneta en medio la avenida Eje Central y salir corriendo entre una manifestación le impedía avanzar. “Tenía sesión en la Cámara de Senadores —entonces ubicada en el antiguo edificio de Xicoténcatl, en el Centro Histórico—. Estábamos a dos semáforos de la Torre Latinoamericana y ahí me dejó”, relata su chofer.
Y ahora no es la excepción. Esté quien esté, Porfirio Muñoz Ledo, presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, inicia con puntualidad las sesiones. Aún con el riesgo de levantar la sesión por las inasistencias de los diputados, como estuvo a punto de suceder el pasado 30 de septiembre.
“Vamos a dar 15 minutos para que haya quórum. Si no lo hubiera, de acuerdo con el reglamento, se levantaría la sesión. Además debo externar mi personal sentimiento de tristeza al ver casi todas las curules vacías. Hemos venido aquí para dignificar el Congreso, no para seguirlo fingiendo”, reprochó a sus compañeros.
A mí me decía, cuenta la jurista Clara Jusidman, que esperara a que llegara a la Cámara de Diputados para que viera cómo iba a meter en orden a los legisladores.
Porfirio será el testigo y autor del próximo cambio de régimen, y en el que podrá cobrar vida el ideal que comenzó en París y forjo en 62 años. Insiste en la pertinencia de la Reforma del Estado. “Se extiende la convicción de que es necesario elaborar un nuevo texto o proceder al menos a una revisión integral del actual, a efecto de dar origen a una Cuarta República Mexicana”, así lo expresó en febrero de 2018, en el 101 aniversario de la Constitución, en su columna en El Universal.
›Ahora, el próximo primero de diciembre, Porfirio le entregará la banda presidencial a López Obrador, lo que lo transfigura en un especie de puente de la historia, considera Francisco Curi. “Porfirio edificó los puentes que eran necesarios entre una etapa histórica y la otra. Es una figura histórica que es controversial, porque no es fácil que uno construya cosas y que quede eximido de alguna responsabilidad”.
Así Muñoz Ledo, a los 85 años de edad, se convertirá en la pieza simbólica de la transición.
“La entrega de la banda presidencial de Muñoz Ledo a López Obrador es un buen gesto simbólico y algo muy merecido. Es un reconocimiento para todos aquellos que lucharon por la democracia, que perseveraron desde 1987 hasta la fecha. No es poca cosa”, considera Ortiz Pinchetti, quien forma parte del círculo cercano de López Obrador desde el año 2000.
El propio Porfirio Muñoz Ledo proclamó, el pasado 1 de septiembre en la apertura del primer periodo ordinario de sesiones de la LXIV Legislatura, el significado que tiene el cambio de régimen que está a punto de acontecer, una vez que López Obrador asuma el cargo:
“Decía el maestro Jaime Torres Bodet que hay leyes que están escritas no sólo con tinta, sino también con sangre (...) el pueblo de México nos ha otorgado a todos sus representantes el mismo mandato, aunque en funciones diferentes, la cuarta transformación del país desde el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, hasta el más modesto de los servidores públicos”.
https://youtu.be/n1onIHZz61c
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