Cada cuatro años, el número de ciudades que aspiran a ser la sede de los Juegos Olímpicos disminuye. Cuando Atenas obtuvo la sede de 2004 se impuso entre 11 propuestas y Beijing entre 10; pero Río de Janeiro ganó para 2016 entre siete, Tokio entre cinco, y sólo hubo dos ciudades compitiendo para las Olimpiadas de 2024, que serán en París.
Para la edición de 2032, la elegida, Brisbane en Australia, fue la única ciudad que se propuso, en contraste con la otra ciudad australiana, Sydney 2000, que fue elegida entre ocho postulaciones.
Parte del problema es que las ciudades anfitrionas son las responsables de pagar prácticamente todas las facturas que deriven de la organización del encuentro; la ayuda del Comité Olímpico Internacional (COI) para sufragar los costos es más bien simbólica.
Además, en promedio, los presupuestos típicamente se exceden en un 150 por ciento. No es en balde que desde 1896, cuando surgieron los Juegos Olímpicos modernos, la gran mayoría han estado en ciudades de países desarrollados, y sólo cinco ciudades se han opuesto a esta tendencia, entre ellas la Ciudad de México y Río de Janeiro, según un estudio de Baade y Matheson publicado en Journal of Economic Perspectives.
La otra parte del problema es que obtener un retorno de la enorme inversión, sea por turismo o uso de la infraestructura construida como los estadios o la villa olímpica, ha probado ser, por decir lo menos, complicado.
Ante eso, cómo se comentó ayer en el Semanario de ejecentral, el COI cita estudios como el libro Cost and Revenue Overruns of the Olympic Games 2000–2018 (Sobrecostos e ingresos de los Juegos Olímpicos 2000-2018) que asegura que en ese periodo, todas las ciudades han recuperado sus inversiones, sin contar las ganancias intangibles.
Sin embargo, diversos economistas han criticado este tipo de estudios por considerarlos hechos “a modo” y financiados por el COI o instituciones interesadas en que sus ciudades alberguen los Juegos.
Se supone que Brisbane 2032 será un modelo de transparencia, ahorro y más verde que ninguna edición anterior; quizá haga falta más que eso para que los Juegos Olímpicos sobrevivan al siglo XXI.