“Un telón de acero ha descendido sobre el continente”, dijo el ex primer ministro británico, Winston Churchill, el 5 de marzo de 1946, en un discurso que marcó el inicio de una era conocida como la Guerra Fría.
Un conflicto global, económico, político e ideológico en donde dos bloques, el capitalista, encabezado por Estados Unidos, y el socialista, liderado por la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas (URSS), se enfrentaron de manera indirecta en diversos lugares del mundo.
Durante esta semana, los líderes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se reunieron en Madrid con el propósito de abordar el conflicto en Ucrania, lo que hizo rememorar las antigüas reuniones celebradas en el viejo continente para abordar los avances de la extinta alianza del Pacto de Varsovia.
Hoy, ante la invasión de Rusia sobre Ucrania, expertos y líderes mundiales ven la resurrección de la Guerra Fría, aunque con nuevas características y participantes ¿es ésta una nueva fase? ¿o es más bien el choque de hegemonías?
Las voces a favor
Las semejanzas del actual conflicto con el de la posguerra son varias. Primero porque es un conflicto global en donde existen dos bloques en disputa: el de Rusia y amigos y el de la OTAN y aliados, cuyo último objetivo es geopolítico. El control del heartland, diría John Mackinder, que en este caso se concentra primero en el mar negro, donde está Ucrania y Crimea, y muy recientemente en el mar báltico, si el ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN tiene cabida.
En segunda instancia, porque al igual que en la Guerra Fría el conflicto no es directo entre las potencias, sino que se desarrolla en un tercer país: Ucrania. Es decir, no es una guerra frente a frente entre los países, sino indirecta o fría.
Además de estos paralelismos, el gran teórico estadounidense, Francis Fukuyama, ve también en el actual orden internacional una batalla entre dos modelos de desarrollo económico, si bien él hace referencia a los roces entre Estados Unidos con China y no con Rusia, según escribió en 2016 para Project Syndicate.
Al trasladar el aporte de Fukuyama al caso Rusia-Ucrania podría decirse que, en efecto, hay una batalla económica. Sobre todo, si se observa el gran número de sanciones implementadas contra Rusia, que ha resultado en la reestructuración económica del país, alejándose de productos y socios occidentales, contradictoriamente, en favor de China.
La invasión de Ucrania incluso ha resucitado a voces de la posguerra, como la del estratega y exsecretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger, quien a finales de mayo de este año instó a Ucrania a aceptar posibles concesiones territoriales en aras de un tratado de paz con Rusia.
A pesar de las similitudes, no obstante, académicos y expertos en la materia, incluidos el Kremlin y Beijing han rechazado la idea de una nueva Guerra Fría.
“China insta a la OTAN a sacar lecciones de la historia y no utilizar la crisis de Ucrania como excusa para fomentar un enfrentamiento global o una nueva guerra fría”, declaró el representante permanente de China ante la ONU, Zhan Jun el 29 de junio.
Los argumentos en contra
Michael Kimmage, profesor de la Universidad Católica de Washington especializado en la materia, señaló en un artículo publicado por la revista estadounidense Politico, que las actuales tensiones con Rusia, a pesar de las semejanzas, no representan una nueva fase o versión de la Guerra Fría, simplemente porque el conflicto no cuenta con los cuatro ingredientes básicos de aquella era: 1) un telón de acero; 2) una amenaza nuclear; 3) operaciones encubierto; y 4) ausencia de diálogos y resultados diplomáticos (hasta 1986-1991).
Para Benn Steil, director de Economía Internacional del Council of Foreign Affairs de Estados Unidos, falta también un elemento distintivo más: el factor ideológico, pues no existe una evidente lucha entre una ideología contra otra como sí la había en la Guerra Fría cuando se disputaban el capitalismo y el socialismo. Lo que existe ahora, asegura, es más bien una lucha geográfica, según explica en un artículo publicado por la revista Foreign Affairs.
De los elementos expuestos, cabe notar que, desestimar la narrativa de la Guerra Fría por la inexistencia de operaciones encubierto o resultados diplomáticos son aún conclusiones tempranas en esta fase de la invasión, en la medida en que las primeras podrían ser vigentes y por obvias razones desconocidas; en tanto que las segundas siguen en desarrollo, y podrían tener resultados favorables en el futuro. En especial porque la ventana diplomática no se ha cerrado.
En el contexto de la guerra, se han expulsado y sancionado a funcionarios de los dos bloques, pero hasta el momento el diálogo sigue siendo una opción sobre la mesa. A pesar de que las negociaciones entre Rusia y Ucrania no han progresado, los esfuerzos diplomáticos siguen vigentes en espera de un pacto. Tan es así que Vladímir Putin piensa acudir a la próxima Cumbre del G-20, a celebrarse en noviembre, lo que demuestra que no hay un clima político tan cerrado, al menos hasta el momento.
Lo que resulta distinto y evidente en el actual conflicto es que no hay dos bloques bien definidos, cohesivos ni homologados como los había en la Guerra Fría, así como tampoco una disputa ideológica tan marcada, ni una verdadera escalada nuclear.
Es cierto, desde la desintegración de la URSS en 1991, el mundo no había estado tan dividido como ahora, pero los bloques en conflicto no están separados por un telón de acero, rígido e inviolable, tal y como sí lo estuvieron en la segunda mitad del siglo XX y cuya máxima representación fue el Muro de Berlín.
El actual sistema internacional es globalizado e interdependiente y no antepone discursos ideológicos por sobre intereses políticos y económicos, que hoy en día son tan profundos y complejos que es imposible romper de tajo con ellos.
Tómese el ejemplo de Turquía, quien sorprendió a sus pares en la OTAN al anunciar que no impondría sanciones contra Rusia por el ataque a Ucrania, pidiéndoles a los europeos incluso no acrecentar el conflicto mediante el uso de la fuerza. Por el contrario, Turquía ha encontrado en la invasión de Ucrania la oportunidad de atraer a sus cuentas nacionales al capital ruso afectado por las sanciones. Como los 1 mil 200 millones que transfirió al mercado de Estambul, Roman Abramovich, dueño del equipo británico de futbol, Chelsea.
Pero el presidente Erdoğan tampoco juega del todo a favor de Putin, porque también tiene sus propios intereses. El 28 de junio, por ejemplo, Turquía decidió retirar un veto que tenía contra Suecia y Finlandia para que estos países puedan adherirse a la OTAN, acto al que Moscú se opone. Más allá de su inclinación por el Kremlin, la decisión de Turquía es táctica, pues como resultado obtendrá ayuda de los países nórdicos para enfrentar a los kurdos, un grupo armado con quien mantiene una disputa histórica.
La complejidad del mundo posmoderno, supera pues los preceptos necesarios para conformar un mundo realmente bipolar como sí sucedió en la era de la posguerra cuando el orden internacional se reconstruyó por completo. Lo que hoy vemos es más bien la fluctuación de las posturas en concordancia con los intereses nacionales. La interconexión e interdependencia existentes son los pilares centrales de este mundo más práctico que ideológico. Lo saben hasta los europeos.
Las naciones del viejo continente tienen una postura en contra de los ataques rusos y mandan ayuda y asistencia militar y benéfica a Ucrania, pero los países no han roto relaciones económicas con Rusia. Simple y sencillamente porque no pueden permitírselo. Dependen de productos rusos como el gas, petróleo, trigo o fertilizantes. En particular, naciones críticas de la invasión como Alemania y Países Bajos han tenido que aceptar esta dependencia y tolerar por el momento, pues necesitan bienes de los cuales no pueden desprenderse de la noche a la mañana, por más presiones que reciben desde la Casa Blanca.
Los intereses, nuevamente, demuestran que vencen a cualquier ideología o narrativa.
Al respecto, el investigador principal del Instituto de Estudios Financieros de Chongyang, Ding Gang, apunta en un artículo difundido por el Global Times que a pesar de que Estados Unidos intenta propagar la narrativa de la lucha de la OTAN contra el bloque antidemocrático y comunista sino-ruso, lo cierto es que en la vida económica actual, el tipo de régimen político poca relevancia tiene frente a los resultados y China ha demostrado tener gran éxito, aún con un régimen fuerte (más bien autoritario), impulsado por un capitalismo de Estado.
El modelo no importa, mientras se obtengan resultados y China y Rusia, a diferencia de Estados Unidos, poco tienen en cuenta a los gobiernos y sus valores democráticos a la hora de formar alianzas, siempre y cuando obtengan ganancias. Es precisamente esta característica, la que revela otro elemento diferenciador del actual conflicto: la ausencia de prácticas de disuasión ideológica en favor del modelo ruso o chino de desarrollo, como el comunismo de Lenin sí contemplaba.
En el contexto de la actual división tampoco pesa hacia cuál bando se incline un país, su decisión no supondrá su salida ni rechazo del sistema internacional, la dependencia política, económica, cultural, etcétera. Simplemente no lo permite en el corto ni mediano plazo.
›A pesar de que Jair Bolssonaro es un aliado cercano a Putin, Brasil no va a romper relaciones con los miembros de la OTAN ni dejará de ser socio de Estados Unidos, como lo dejó en claro con su asistencia a la Cumbre de las Américas, celebrada a principios de junio. Mismo caso es el de Argentina, que durante la crisis de la Covid-19 encontró en Rusia un aliado para acceder a vacunas, recientemente anunciando su solicitud de adhesión a los BRICS.
Pero los bloques actuales no sólo son fluctuantes, sino que no están completamente liderados por una nación como lo estaban en la Guerra Fría, porque el mundo moderno es multipolar.
Por más que Estados Unidos quisiera que los europeos tomaran medidas más radicales contra Rusia, no puede exigir porque hay un liderazgo fuerte en la Francia de Macron y en la Alemania de Scholz. Rusia tampoco ha podido convencer a sus aliados, sobre todo a China e India de tener un papel más activo en el conflicto. Naciones exsoviéticas como Kazajistán incluso han rehusado enviar asistencia militar a Rusia en oposición a la invasión.
Los bloques además están compuestos de otros actores. Ya lo señalaba muy bien el secretario de Prensa de Rusia, Dmitry Peskov.
“Los países son antipáticos, los estados son antipáticos, o mejor dicho, sus liderazgos son quienes son antipáticos con nosotros. Son antipáticos, pero los empresarios interesados en nuestro mercado siguen siendo amistosos, y lo seguirán siendo y serán objeto de nuestra especial atención y cuidado”, aseguró el 17 de junio en una entrevista para un medio local.
Empresas, gobiernos y ejércitos. Los involucrados se suman a un nuevo conflicto que algunos llaman una Guerra Fría, podrá serlo o no, pero lo que sí es, es una lucha entre potencias y entre hegemonías. Una disputa no observada desde el siglo pasado y que ha vuelto a inmergir al mundo una batalla fría por el poder y control político y económico. Y atrapado en el medio desafortunadamente está Ucrania, que es ya a leguas el gran perdedor en estas tensiones.
›La OTAN, no obstante, sí está abasteciendo de armamento y apoyo táctico a Ucrania. En tanto que Rusia, también cuenta con el apoyo de sus aliados como Iraq o China, que de acuerdo con distintos reportes de medios y organizaciones internacionales le están proveyendo de armamento, helicópteros y municiones.