Hoy es el momento para crear nuevos hábitos. El estar en casa, ha implicado tener que aprender nuevas habilidades, incluyendo cocinar. Para muchos, tal vez es la primera vez en su vida que van a tenido que cocinar. Sin embargo, estoy convencida que estas nuevas habilidades implican mucho más que aprender. Hoy las rutinas para comprar alimentos han cambiado e incluyen no solo pensar anticipadamente que necesitamos, sino también seguir ciertos protocolos para garantizar la limpieza de lo que entra a casa. ¿Quien nos habría dicho que dedicaríamos toda una tarde a “lavar” el súper y acabaríamos agotados?
Estoy convencida que si vamos a aprender a hacer algo, es importante hacerlo, lo mejor posible. Por lo mismo, los tiempos requieren que aprendamos a usar todo lo que tenemos en casa. En México, desperdiciamos 28 toneladas de comida al año, según datos de la Comisión para la Cooperación Ambiental (CCA) publicados en la Guía Práctica para Cuantificar la Pérdida y Desperdicio de Alimentos publicada en el 2019. Uno de los puntos más importantes que inciden en el desperdicio es la falta de mecanismos eficientes en la cadena de distribución, además de la inexistencia de la cadena en frío (no están refrigerados) de los alimentos que consumimos, dado que el 93% de la venta minorista se realiza en pequeñas tiendas locales de vecindario especializadas por productos: recauderías, carnicerías, pollerías y panaderías. Esto significa que muchos alimentos se tiran antes de que sean vendidos.
Hoy también tenemos que sumarle el hecho de que la cadena de suministro puede estar fracturada, ya que por la misma pandemia hay negocios que han tenido que reducir sus operaciones o de plano cerrar, haciendo que muchos alimentos ya no lleguen al consumidor final. Según la Canirac, en mayo de este año 95% de los restaurantes se encuentran cerrados. ¿Se han preguntado que está pasando con todos esos proveedores de restaurantes y hoteles que hoy ya no están vendiendo los alimentos que producen?
Hoy más que nunca tenemos que iniciar una lucha contra el desperdicio. Visto desde una óptica micro, también como comprador existe incertidumbre sobre los alimentos que consumimos. Es imposible saber si los alimentos que compramos han seguido una cadena de frío, por lo qué hay veces que los alimentos pueden durar mucho tiempo refrigerados y otras no. Además cada vez más estamos viendo que en el súper que no siempre encontramos lo que buscamos. La combinación de poca información que tenemos sobre los orígenes de los alimentos y la escasez de los mismos, necesariamente implican que cada vez saldrá más caro hacer el súper. Por lo mismo, tenemos que replantearnos la manera en que utilizamos los recursos disponibles y asegurarnos de que duren lo más posible.
Mi abuela materna, recuerdo que un día me contó que a ella le habían tocado dos momentos en los que había aprendido a ser frugal a lo largo de su vida en los Estados Unidos. El primero de niña, cuando vivió la Gran Depresión y después como recién casada durante la Segunda Guerra Mundial. En su casa, nunca faltaban las cebollas y papas, que guardaba en bolsas grandes que iban consumiendo poco a poco. Ella misma me dijo un día, que con eso, nunca les faltaría alimento. Pero esta frugalidad iba más allá que tener alimentos. En su casa, la comida no se desperdiciaba. Todo se usaba y se comía. Dejar comida en el plato, era impensable.
La abundancia parecería ser compañera del desperdicio. Hoy, veo mi refrigerador y no planeo una comida con lo que se me antoja, sino con lo que parecería “que ya tiene que salir”. Si preparo un pollo entero, no solo lo como en una ocasión, sino que luego la carne deshebrada se convierte en enchiladas para desayuno o una torta para la cena. También todos los huesos, se transforman en un delicioso consomé que luego sirve para base de otras sopas sazonado con la cascara de papas, zanahoria y otras verduras. En casa, de broma, mi marido me decía, estamos practicando la economía de guerra. Tal vez suena extremo, pero si considero que hoy es importante literal, sacarle el jugo a lo que tenemos.
Así, poco a poco, estoy siendo más creativa, pensando en como puedo usar los alimentos al máximo. Lo mejor, es que en esta búsqueda de tirar menos, también he encontrado nuevas recetas que además tienen intensidad y profundidad de sabor. Al final, no solo estoy ahorrando y usando todo, sino que también estoy comiendo más rico. Hoy la creatividad en la cocina no solo se trata de inventar nuevos platillos, sino que las cosas te rindan más. Así que sí, hay que pensar que estamos viviendo una economía de guerra. Pero eso no implica comer mal, sino hacerlo de la manera en que podamos potenciar lo que tenemos en casa, ahorrar y ser más eficientes en nuestro consumo de alimentos. Son pequeños hábitos, pero que a la larga, tendrán un gran impacto en la economía familiar. Ojalá y como resultado de esta pandemia podamos aprender a no desperdiciar y que el desperdicio alimenticio se reduzca una casa a la vez.
Espero que tengas un fabuloso día y recuerda; ¡hay que buscar el sabor de la vida!