¿Para qué sirve ser rico?

30 de Marzo de 2025

Mauricio Gonzalez Lara

¿Para qué sirve ser rico?

mauricio gonzalez lara

En México, así como en casi toda Latinoamérica, ser rico parece ser algo malo por naturaleza. Ser rico no es bien percibido en tierras mexicanas porque casi siempre existe un halo de sospecha sobre el origen de tal fortuna. Las suspicacias son entendibles, aunque no siempre fundadas. Cuando se habla de la riqueza de Bill Gates o Mark Zuckerberg, de alguna manera, así sea por asociación semiconsciente, también se habla de la supremacía tecnológica de Estados unidos y del alto nivel de innovación que ha sabido desarrollar a través del tiempo; cuando se habla de la fortuna de Slim, Azcárraga o Salinas Pliego, el debate tiende a centrarse en monopolios y privatizaciones de discrecionalidad cuestionable. Tampoco se trata de mitificar: Estados Unidos posee una de las más elevadas concentraciones de riqueza del mundo occidental, pero la movilidad de las clases sociales de nuestro vecino va a velocidad luz si la comparamos con la de países como el nuestro, tan aquejado por una dinámica en la que el apellido y el origen tienden a pesar más que la preparación y el talento. En ese sentido, no sorprende que mucha gente (específicamente en la clase media asalariada) piense que ser rico es malo, ni que por extensión piense que los más acaudalados, al ser parte del club selecto de los más ricos del mundo, sean unos verdaderos villanos. Se podría argumentar, como lo hace una buena parte de nuestros capitanes de empresa, que la mera creación de riqueza ya es una forma de contribuir al avance de la sociedad. Todo lo demás, palabras más, palabras menos, es una acción simplona de relaciones públicas. Es un error tan lamentable como pensar que la riqueza es equivalente de maldad. Una organización en la era del conocimiento, donde los activos son intangibles y la prioridad es el talento humano, no puede concebirse a sí misma como lo hacía una compañía a principios del siglo XX, donde la acumulación de bienes materiales era fin y destino. La agudización de la pobreza en el mundo subdesarrollado, el deterioro constante del medio ambiente, las cambiantes e injustas regulaciones en materia comercial, la discriminación racial y de género, por mencionar algunos focos rojos, son problemas que requieren de la acción conjunta de las empresas no sólo por un imperativo ético, sino también porque atacan la viabilidad de las mismas organizaciones en el mediano y largo plazos. Nuestros potentados son ricos en ambiciones, pero cortos en ideas: muestran una alta incapacidad para comprender los desafíos emergentes de la época, entre los que resalta la preocupante brecha entre países desarrollados y pobres, entre los que tienen y los que no. La diferencia crecerá exponencialmente en los próximos años. Por un lado, existe una clase de ejecutivo preparado que será recompensado generosamente por las compañías que requieren de estos ’trabajadores del conocimiento’ y, por otro, se dará un aumento de personas no preparadas cuyos trabajos se tornarán innecesarios con el avance tecnológico, cuando una planta automatizada requiera de 50 trabajadores, en lugar de tres mil. Es algo que el mundo no había visto antes. Los gobiernos, en colaboración con las empresas, deben promover un cambio de paradigma cultural para que estos trabajadores puedan contar con un futuro. De lo contrario, existe el riesgo de estallidos sociales que pongan en jaque al sistema en su conjunto. El aspecto más lamentable es que al grueso de nuestros empresarios no parece interesarles la idea de construir un legado que combata el estereotipo de que la riqueza es enemiga de la responsabilidad o de que sus fortunas están peleadas con el progreso. ¿Acaso será cierta la frase de que nadie es inocente tras ganar el primer millón de dólares? Por el bienestar de todos, esperemos que no.

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