Gringo: The Dangerous Life of John McAfee (2016), documental estadounidense dirigido por Nanette Burstein, narra la vida de John McAfee, el creador del antivirus del mismo nombre que, tras amasar una considerable fortuna, se estableció en Belice en 2008, donde su vida dio un giro oscuro hacia el hedonismo, la locura y el crimen. Mezcla fascinante de genio tecnológico, Tony Montana (el capo interpretado por Al Pacino en Scarface), manipulador mediático, lobo de Wall Street y Coronel Kurtz (el personaje de El Corazón de las tinieblas que sería reinventado por Francis Ford Coppola y Marlon Brando en Apocalipsis ahora), McAfee vive consumido por la idea de su propia importancia. Tras construir una fantasía en la que se imaginaba como un enemigo subversivo del statu quo de Belice -el gobierno finalmente emprende en 2012 una investigación en su contra al considerarlo una “persona de interés” en el asesinato de su vecino-, McAfee regresa a Estados Unidos en 2013. Pese a que sus vicisitudes fueron reportadas con amplitud en la prensa, el otrora programador no tuvo problema en reposicionarse como gurú de la seguridad cibernética en unos cuantos años. Lejos de ser cuestionado por sus excesos, el magnate es una figura recurrente en simposios del gremio del software y diversos noticiarios. Vaya, la credibilidad de McAfee en algunos círculos es tal que hasta pensó en lanzarse como candidato a la presidencia de Estados Unidos en 2016 por el Partido Libertario. Como explica Burstein, lo primero que piensa el grueso de la gente cuando escucha el apellido McAfee es en un iconoclasta que creó un software de alto valor, y no en un megalómano que edificó un imperio de impunidad gracias al dinero y la protección armada. Es como si el hecho de ser visto como un innovador lo eximiera de cualquier responsabilidad frente a la misma sociedad que lo celebra como héroe. Esa especie de carte blanche o “fuero tácito” fue la razón que motivó a Burstein (realizadora de The Kid Stays in the Picture y On the Ropes) a filmar la cinta (disponible en Netflix). Este fenómeno, proporciones guardadas, se extiende a todo el sector. La opinión pública les tolera pecados a las empresas digitales que en otras organizaciones consideraría imperdonables. De la falta de diversidad racial en Google (registrada en los reportes de inclusión elaborados por la misma empresa) a las deplorables condiciones de trabajo de algunos proveedores de Apple en China, sin obviar las numerosas acusaciones de acoso sexual en Silicon Valley difundidas recientemente por The New York Times, la responsabilidad social de los pesos completos del ámbito digital comienza a quedar en entredicho. En contraposición a, digamos, una empresa de bienes de consumo, los gigantes tecnológicos detentan un potencial nunca antes visto, por lo que no es sorpresa que desdoblen una perniciosa arrogancia respecto al rol que les ha tocado jugar. La megalomanía de sus actores principales es inocultable: casi todos los genios del sector están convencidos de que el triunfo de sus empresas es equivalente al éxito del planeta. No necesariamente. La Responsabilidad Social Empresarial (RSE) es una cultura de gestión basada en el bienestar de los miembros de la organización, la sustentabilidad, la vinculación productiva con la sociedad y la ética en la toma de decisiones. Si bien es encomiable que los líderes tecnológicos muestren compromiso en áreas como la sustentabilidad, esto no los exime de respetar aspectos clave como inclusión y condiciones laborales. Pensar lo contrario equivale a contribuir a la creación de un clima de permisividad donde personajes como McAfee serán tan sólo los primeros en una larga línea de villanos. El mundo no necesita más empresarios deleznables, por innovadores que estos sean. .