La legitimidad de una empresa no se reduce al éxito o la creación de riqueza, sino que está en función de su capacidad para cumplir con las expectativas de los diversos constituyentes que contribuyen a su trascendencia. Estos constituyentes son los stakeholders o ’partes interesadas’ (clientes, aliados, proveedores, protagonistas sociales y políticos). Toda empresa corporación debe comprometerse a crear riqueza, desarrollo y bienestar para todas sus “partes interesadas”
No son pocos los empresarios que minusvaloran el rol de las partes interesadas, a las que no ven como entes que en verdad “se la jueguen” como lo hacen los accionistas, los que ponen el capital. Hace casi 10 años entrevisté a Ricardo Salinas Pliego, entonces líder de Grupo Salinas, para Responsabilidad Social Empresarial, un libro que publiqué auspiciado por Editorial Norma. Salinas Pliego, siempre al filo de la controversia, refutó con intensidad el rol del stakeholder: “La gente se confunde: la empresa es de los accionistas, de quienes ponen su capital en riesgo, que son quienes pierden su dinero si a la compañía le va mal. Ahora dicen, ’no, es que hay stakeholders’. Pues sí, nada más que esos no pierden su dinero. Es muy cómodo decir eso (…) Ahora, si los accionistas tienen ética, principios y visión, entonces pueden actuar con responsabilidad social, pero no es un must, es un maybe. Para ser responsable, la empresa debe ser exitosa, y será exitosa si tiene empleados motivados y las necesidades de los clientes están satisfechas. Primero debes tener clientes satisfechos, después empleados motivados y capacitados y, tercero, tendrás resultados. Y ya entonces podremos hablar de ser responsables.”
Ajenos a la rendición de cuentas, no son pocos los hombres de negocios que justifican su reticencia a implementar políticas de responsabilidad social bajo el argumento de que éstas representan un atentado contra la “libertad de empresa”. Confunden el concepto de “libertad de empresa” con la facultad de conducir una compañía sin ninguna clase de restricción al interior de la organización. Son, en realidad, dos ideas diferentes. La “libertad de empresa” se sustenta en la necesidad de que una organización opere en un mercado libre, sin monopolios coercitivos ni distorsiones provocadas por el intervencionismo del Estado. Es, en esencia, la base del capitalismo, y está protegida constitucionalmente en diversos países. La independencia unipersonal en la toma de decisiones, en cambio, no es una condición de mercado, sino un estilo de gestión cada vez menos compatible con las exigencias del capitalismo global.
Me gustaría afirmar que el grueso de las compañías han tomado conciencia del rol que la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) debe jugar en estos años, concebida esta como una cultura de gestión orientada a promover el desarrollo interno de los miembros de la organización, su relación con la comunidad, el cuidado al medio ambiente y la ética en la toma de decisiones. Lamentablemente, en el fondo, una buena parte de los grandes empresarios latinoamericanos siguen pensando como lo hacía Salinas Pliego hace una década. La RSE no es un grillete contra la “libertad de empresa”. Al contrario, puede ser un activo clave para la rentabilidad. Cuando una empresa es rentable no sólo produce beneficios para los accionistas, sino que también genera nuevas oportunidades de empleo, bienes y servicios valiosos para la sociedad, utilidades económicas e impuestos que el Estado puede destinar a la infraestructura gubernamental, la seguridad social y al desarrollo nacional. Para un líder con visión de largo plazo, los días de “es mi empresa y hago con ella lo que se me antoje” deberían pertenecer al pasado remoto.
@mauroforever