En The Stockholm Syndrome, capítulo final de The Big Bang Theory, la exitosa sitcom creada por Chuck Lorre, Sheldon Cooper (Jim Parsons) realiza lo impensable: en lugar de leer los 90 minutos de autoelogios que había preparado como discurso de agradecimiento para recibir el Nobel de Física que gana junto a su esposa Amy Farrah Fowler (Mayim Bialik), el creador de la teoría de la “superasimetría” rompe el protocolo de la ceremonia para agradecer personalmente el apoyo de los amigos que lo han acompañado por más de una década: Penny, Leonard, Bernadette, Howard y Raj. La secuencia despliega un doble significado: en principio, pretende darle una redención emotiva a Sheldon, cuya incapacidad para sentir empatía conformaba el motor cómico de la serie. El programa siempre subrayó de manera tramposa la supuesta falta de malicia del personaje (los escritores sugerían una condición clínica similar al trastorno de Asperger), pero en la praxis Sheldon se comportaba como un bully plenamente consciente de sus actos que esperaba ser tratado como un rey por los individuos que lo rodeaban, a quienes veía como mentes inferiores y desechables, amén de los momentos cursis en que los escritores intentaron darle alma o incluso dotarlo de sexualidad. Por otro lado, si bien a estas alturas casi todo el elenco de The Big Bang Theory puede presumir de ser millonario, Parsons era la estrella del programa, al punto en que su negativa a continuar en este fue la razón por la que los productores decidieron terminarlo. En ese sentido, resulta imposible no imaginar a Sheldon como un alterego de Parsons, quien reconoce al resto de los actores por haberse desempeñado como patiños dóciles y ejemplares a lo largo de los 279 episodios que duró la serie.
El primer episodio de The Big Bang Theory se transmitió el 24 de septiembre de 2007, cuando algunos -no muchos- aún consideraban al nerd como un inadaptado que se refugia del rechazo en un universo cultural curado por él mismo (y conformado de obsesiones tomadas de la tecnología, los comics, la fantasía y la ciencia ficción). Si bien el nerdismo de The Big Bang Theory siempre fue postizo (más el producto de una necesidad narrativa que la expresión sincera de una condición social), la sitcom todavía alcanzó a mostrar con relativa credibilidad a sus personajes como perdedores aislados y retraídos durante los primeros años de transmisión. Hoy, en cambio, el nerd es la presencia que domina el mundo, casi un ideal a seguir. En mayor o menor medida, todos nos hemos convertido en parte de una cultura que solíamos ridiculizar hace apenas unos lustros.
El nerd ha expandido su influencia a zonas donde su presencia solía ser anatema, como la comedia y Wall Street (el nuevo “amo del universo” de la economía no es un ejecutivo al estilo de Patrick Bateman, el protagonista de Psicópata Americano, sino un geek experto en algoritmos de riesgo financiero, como Taylor en Billions). El entretenimiento aún muestra cierta esquizofrenia cuando aborda la narrativa de los nerds, y los muestra como individuos renuentes a aceptar su nuevo estatus. Quieren ser todo: independientes y celebrados, ñoños y profundos, o ya en el extremo, infantiloides y sexosos. Con notables excepciones (Seinfeld, por ejemplo), casi todas las sitcoms terminan por exhibir un acartonamiento que oscila entre lo exasperante y lo perturbador (las risas grabadas, la manera en que la gente “come” todo el tiempo sin probar bocado, la repetición incesante de gags). Lo más chocante de The Big Bang Theory, sin embargo, fue la manera en que quiso convencer al espectador de que Sheldon era una persona noble y amorosa. No nos engañemos: como casi todos los nerds que devienen en tiranos, Sheldon era un verdadero hijo de puta. Ya era hora de decirle adiós.