En el Nuevo Testamento, San Mateo relata cómo, cuando nació Jesús, el Rey Herodes ordenó una matanza en Belén para acabar con todos los niños menores de dos años y asegurarse así de que el anunciado Mesías, futuro Rey de Israel, fuera asesinado. Desde entonces, la Iglesia católica conmemora cada 28 de diciembre la fiesta de los Santos Inocentes como una manera de recordar esas crueles muertes infantiles. Los mexicanos lo consideramos como una de las festividades más importantes de la religión. Cada iglesia lo celebra a su manera: si bien todas le ofrecen regalos y comida al niño Jesús, las ofrendas pueden ser variadas, desde prendas para vestirlo hasta dulces, pan, entre otras cosas. El 28 de diciembre desdobla un tono socarrón, ya que la tradición también consiste en hacerle bromas a la gente, tal y como las haría un niño. La fiesta es similar al April Fool´s Day estadounidense y a la Fiesta de locos, celebrada principalmente en Francia el primer día del año para honrar al burro en que cabalgó Jesús el domingo de Ramos para hacer su entrada triunfal en Jerusalén. Una broma recurrente es la de pedir prestado para luego informarle con sorna a la persona que nos extendió su generosidad que ha sido engañada vilmente: “Inocente palomita que te dejaste engañar, sabiendo que en este día nada se debe prestar”. El mexicano parece disfrutar particularmente de esta clase de bromas pesadas. Nunca he entendido, por ejemplo, la inmensa popularidad de Antonio El Panda Zambrano, locutor entregado a realizar bromas pesadísimas por encargo. Ejemplo: un albañil le habla a El Panda para que le gaste una broma a su novia, que es ama de llaves de una casa de Polanco. El chiste consiste en hacerle creer que su novio ha sido secuestrado por unas personas a las que les debía dinero. Para dejarlo ir, ella tiene que dejarlos robar la casa de sus jefes. El Panda, un tipo en extremo hábil para la improvisación y el montaje, es capaz de reducir a la mujer al llanto y la desesperación: – ¡Es que no puedo señor! ¡No le haga nada, se lo suplico! — Lo vamos a matar. — Hago lo que quiera, pero no lo mate. — ¡Quiero oírte llorar! — ¡Buuaaa! — A ver, ya no seas chillona y dime: ¿cómo suena El Panda Show? Este gusto por las bromas pesadas no acredita forzosamente el mito de que México sea un país que se ríe de todo y de todos, al punto en que supuestamente la misma muerte nos provoca sonoras carcajadas. De hecho, bien podría argumentarse que México es un país cada vez más solemne. Todo nos molesta, todo nos ofende. El único frente donde el humor parece estar liberado de las cadenas de la ñoñez y la corrección política es el digital. Las redes sociales están repletas de predicadores que no dudan en pontificar sobre el “deber ser” a la menor provocación, de acuerdo, pero constituyen una arena donde el individuo comparte expresiones cáusticas de manera espontánea. Los memes —término acuñado por el teórico evolutivo Richard Dawkins ahora usado para describir una idea, concepto, situación o pensamiento manifestado “viralmente” en internet— cumplen con la función humorística que antes se asociaba con la caricatura política. Se puede acusar a los memes de fatuos, estúpidos y olvidables. Lo son. Detonan una risa primaria que se transforma en vinculación y desahogo. Hoy más que nunca necesitamos del humor. No sólo como bálsamo, sino como una herramienta clave para aspirar a la lucidez y la sanidad mental. El 2018 estará repleto de fuerzas opresoras que conspirarán contra nosotros, ¿qué mejor manera de neutralizarlas que burlarse de ellas? ¡Feliz Día de los Inocentes!