Carne y arena

30 de Noviembre de 2024

Mauricio Gonzalez Lara

Carne y arena

mauricio gonzalez lara

Presentada por primera vez durante el pasado Festival de Cannes, y exhibida actualmente en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la Ciudad de México, Carne y Arena es una instalación diseñada por el cineasta Alejandro G. Iñárritu que, en palabras de los organizadores, “busca enfrentar al espectador con la experiencia que viven los migrantes mexicanos y centroamericanos en su intento por cruzar la frontera con Estados Unidos”. Se trata de un trabajo “inmersivo” en el que vuelven a coincidir Iñárritu y el fotógrafo Emmanuel Lubezki, colaboradores frecuentes desde que ambos filmaban comerciales hace ya casi tres décadas, así como la productora Mary Parent e ILMxLAB.

La instalación está montada bajo la lógica de neutralizar toda expectativa de espectáculo por parte del espectador entusiasmado por presenciar un show deslumbrante. La recepción es sobria y solemne: tras registrar la entrada, el visitante es conducido de forma individual a un pasaje oscuro donde lee cómo lo que está a punto de vivir está basado en relatos reales. Acto seguido pasa a un cuarto de cemento cuya construcción lo mismo remite a un campo de concentración que a un refugio antinuclear, con todo y alarma de luz roja. En la habitación están regados por el suelo varios pares de zapatos. Por un instante, el visitante supone que pertenecen a otros espectadores, hasta que repara en el desgaste del calzado y una leyenda en la pared que explica cómo fueron encontrados en el desierto que divide la frontera. Un cartel indica que el espectador debe removerse el calzado y los calcetines. Pasan un par de minutos y la luz roja se enciende. Se abre una puerta y el espectador entra a un hangar, cuyo piso está cubierto por arena y pequeñas piedras.Ahí lo esperan dos personas para colocarle un visor de realidad virtual, unos audífonos y una mochila. El espacio recuerda a “la zona” de Stalker, de Andréi Tarkovski. Tras recibir una serie de indicaciones, el individuo se sumerge durante seis minutos y medio en un espacio virtual donde puede conocer fragmentos de los viajes personales de los migrantes.

Las líneas superficiales entre sujeto y espectador se disuelven. A diferencia de otros “montajes” de realidad virtual, la persona no interactúa propiamente con el espacio y los personajes virtuales. El título completo de la instalación cobra sentido: Carne y arena: virtualmente presente, físicamente invisible.

Como señala el propio Iñárritu, Carne y arena era imposible de recrear bajo la dictadura del encuadre cinematográfico: “Aquí el fin es reivindicar un espacio que permita al visitante vivir la experiencia directa de caminar con los pies de la persona migrante, ponerse en su piel y llegar hasta su corazón”. Todo es avasallante, aunque no por las razones que argumenta su creador. En ningún momento -y aquí no queda otra más que utilizar la primera persona- me sentí en los zapatos de los migrantes, a quienes contemplé como fantasmas de un intenso dolor pasado, pero no como individuos en el aquí y ahora. De hecho, los momentos más sobrecogedores de Carne y arena son los que desdoblan una naturaleza espectral: la penumbra del desierto, los lamentos, la sensación de soledad. El segmento de realidad virtual termina con una redada por parte de la policía migratoria. El pasaje es demoledor, pero resulta imposible no sentirse inserto en una dinámica más cercana a un videojuego al estilo de Grand Theft Auto que a la invisibilidad fantasmagórica que promete el título. Una vez que camina por un pasillo donde puede leer diversos testimonios de migrantes, el visitante sale de la instalación, confundido y fascinado por las posibilidades estéticas de la enajenación tecnológica que está por venir. Vale la pena esperar.

@mauroforever