1.
Se cumplieron dos años de la infame invasión del nuevo imperio ruso a la República de Ucrania, simplemente porque a un dictador en el poder desde el año 2000, se le ocurrió que era tiempo de restaurar la gloria de otros tiempos, pensando en la Gran Rusia Imperial de los viejos zares. No hay, como en la época de la Unión Soviética, alguna promesa por una sociedad futura que permita justificar la anexión de Crimea primero y de la región del Donbas después, porque la Rusia actual no es el arquetipo de sociedad al que pudiera aspirar una emancipación humana.
2.
La Rusia de Vladimir Putin es una sociedad inmóvil que en realidad quisiera deshacerse del tirano, si pudiera hacerlo, como lo atestiguan millones de rusos que han huido de su país para no ser obligados a marchar a una guerra injusta, una guerra de conquista e imposición de dominio por una cleptocracia decadente. Desde luego, no existen movimientos migratorios masivos hacia Rusia o China, que busquen prosperar en estos países, como sí los hay hacia las sociedades libres y abiertas de Europa o América del Norte.
3.
Lamentablemente, la guerra en Ucrania parece ser un conflicto olvidado, que ha pasado a segundo plano en espera de condiciones para una negociación por desgaste o cansancio de las naciones que le apoyan. En Europa, el costo de la guerra ha significado una inflación persistente entre el 6 y el 10%, dado el encarecimiento de combustibles y otros abastecimientos tanto por las sanciones económicas a Rusia como por la relocalización de cadenas productivas y mercados. En esas condiciones, Europa irá a elecciones parlamentarias entre el 6 y el 9 de junio próximo, para configurar la X Legislatura europea, en un entorno general de rechazo a cargas en el bolsillo por una guerra prolongada, lo que ha hecho aún más lenta la recuperación y la vuelta a la normalidad prepandemia.
4.
Las proyecciones electorales reflejan un fuerte pesimismo sobre la situación económica y social, con gran inflación y estancamiento debido a la crisis energética y de la agricultura, que exigen medidas proteccionistas. Los movimientos contestatarios han ido al alza en Francia, España y Alemania, con el ascenso de la derecha más radical, a la par que se erosiona el apoyo a Ucrania y a Israel, en lo que puede considerarse la fatiga de una guerra que no sienten del todo suya. Hay cansancio entre los europeos, primero por una larga lucha sanitaria contra la pandemia y ahora por la sensación de inseguridad prevaleciente por las amenazas en el Este y la percepción de que Estados Unidos, el gran protector de Europa, pudiera abandonarles en cualquier momento.
5.
En Estados Unidos también se viven complejos tiempos electorales, mostrando en primer término la incredulidad del electorado por la opción entre dos candidatos octogenarios, uno de los cuales es el presidente actual, Joe Biden, proclive al apoyo abierto a Ucrania e Israel, en tanto que el otro, Donald Trump, cantinflea con reducir ese apoyo, buscar una solución rápida y hasta abandonar a Europa, alentando a Rusia a presionarle o invadirle. Si Trump no es inhabilitado por la justicia en los innumerables juicios que enfrenta, las encuestas le marcan como el favorito para ganar la elección presidencial, lo cual beneficiaría indudablemente la causa del invasor. En Rusia habrá elecciones presidenciales el 17 de marzo, y al mejor estilo totalitario, el candidato único, Vladimir Putin, eliminó al opositor Alexander Navalni, a quien había mantenido encarcelado tras varios intentos infructuosos por envenenarlo en un gulag del Ártico, donde murió en condiciones desconocidas. Ni para qué hacer la farsa electoral, pues Putin ganará además con la reciente victoria en el Donbás, donde el ejército ucraniano padece la falta de municiones, para en esencia negociar y legitimar concesiones territoriales. Resistir o ceder, es una triste perspectiva para Ucrania, pero hacia allá se mueven las cosas.
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