1.
En España, tuvieron lugar elecciones generales el 23 de julio pasado. En una democracia electoral, normalmente gobierna quien obtiene el mayor número de votos. Sin embargo, en un régimen parlamentario, puede gobernar quien logra el mayor número de escaños en el Parlamento, Congreso, Cámara o Dieta de los Comunes, representantes o diputados. Esta situación obedece a las modalidades y sutilezas de la historia de cada país, pues España es una monarquía constitucional presidencial cuyo jefe de Estado es el monarca, en este caso el rey Felipe VI, y el presidente del gobierno es el diputado que logra la investidura con la mayoría más uno en el Congreso de los Diputados, integrado por 350 miembros, requiriéndose entonces 176 para formar una mayoría gobernante.
2.
En las elecciones, obtuvo el mayor número de votos el Partido Popular con 33% de los sufragios, a la cabeza de cuya lista figura Alberto Núñez Feijóo, quien logró nuclear una sólida formación de derechas con el Partido Vox de Santiago Abascal, para obtener un total de 170 escaños (137 + 33 respectivamente). El partido derrotado fue el PSOE del actual presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, quien con el 31% de los votos logró 121 diputados. Si de mayoría simple se tratara, le correspondería gobernar al PP de Feijóo y listo.
3.
Pero no es así. La Constitución de España requiere la mayoría absoluta, esto es, la mitad más uno de los escaños, lo que abre la puerta a la negociación de coaliciones políticas para formar la mayoría gobernante, es decir, integrar gobierno. Ante los resultados, el monarca, jefe del Estado, realiza consultas y solicita al mejor posicionado que integre una propuesta de gobierno capaz de obtener el voto de investidura en el Congreso de los Diputados. De esta forma, invitó a Alberto Núñez Feijóo a integrar esa posibilidad y llevarla a la sesión de investidura. Sólo le hacían falta 6 votos para tener los necesarios e integrar el gobierno.
4.
Se dice fácil, pero tampoco es así. El líder del gobierno saliente, Pedro Sánchez, negoció por su parte una coalición de izquierdas sumando todo aquello que fuera contrario a la derecha y, sobre todo, a la derecha extrema representada por Vox, aliado incuestionable del centrista PP. Lo que logró Sánchez en primera instancia, es que ningún voto de las izquierdas o de los partidos nacionalistas se moviera hacia el bando de Feijóo, con excepción de dos diputados, uno de la coalición Canaria y otro de UPN de Navarra. Aún así, Feijóo logró reunir sólo 172 diputados, frente a 178 de la coalición de izquierdas que se le opuso.
5.
Feijóo corrió el riesgo e intentó negociar con los separatistas catalanes en el exilio (Junts), un pequeño partido que obtuvo 7 diputados y se tornó en el fiel de la balanza, pues puede inclinarla conforme se arregle. Sus pretensiones, la amnistía total para los separatistas en el exilio, Charles Puidgemont entre ellos, y la pronta celebración de un referéndum separatista en Cataluña. Lo primero podía ser posible, pero lo segundo no, si de observar la Constitución española se trata.
6.
Con la suerte echada, Feijóo se presentó a la sesión de investidura y, como era previsible al no tener los votos necesarios, la perdió en las dos ocasiones que la ley prevé, la primera por mayoría simple, la segunda por mayor número de “síes” que de “noes”, con los números prácticamente sin moverse ni un ápice: 172 a favor, 177 en contra y una abstención involuntaria, según se supo. Al ser rechazada la investidura, el Rey puede proponer a otro diputado, en este caso Pedro Sánchez, quien tendrá que negociar su coalición sobre todo con los separatistas catalanes si es que pudiera conceder lo que piden, logrando la proeza de integrar gobierno aún habiendo perdido las elecciones, o bien, dada la imposibilidad de contar con una mayoría eficaz, se disolverían las Cortes y se llamaría a nuevas elecciones para el 14 de enero próximo.
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