1.
Construir la democracia es una ardua tarea. Siendo un ideal, siempre es un propósito por alcanzar, de carácter inconmensurable pues mientras más se tiene, más se quiere. Siendo un sistema, su funcionamiento suele ser imperfecto pero en todo caso, requiere de instituciones confiables y la participación de los ciudadanos, de la gente, facultados todos para ejercer el derecho irrenunciable de elegir a los gobernantes. En nuestra Constitución Política es concebida incluso como sistema de vida, validado de manera regular, periódica y equitativa mediante el ejercicio libre del sufragio.
2.
Para Robert Dahl (Poliarquía, 1989) existen varias condiciones para una democracia realmente existente, que él llamaba “poliarquía” asumiendo que la democracia como tal no existe en parte alguna. Lo primero es que, basados en un conjunto de derechos humanos y civiles, haya elecciones libres, periódicas y justas, es decir, que los ciudadanos puedan elegir libremente a sus gobernantes y representantes en periodos perfectamente determinados y en condiciones de igualdad para los participantes o candidatos. Luego, que no existan prohibiciones para limitar la participación de los candidatos, que todos los puestos de elección sean competidos y que las contiendas se realicen con equidad, en condiciones parejas. Una más, fundamental, es que los ciudadanos dispongan de la información pública inherente a candidatos, programas y partidos sin cortapisas, y que los votos cuenten y se cuenten de manera pronta y confiable.
3.
Existen regímenes ostentados como democracias que formalmente parecieran cumplir con los requisitos, pero en la realidad éstos se manipulan o simulan con arreglo a ciertos intereses. Pueden ser hasta dictaduras perfectas, como decía Vargas Llosa, o bien dictablandas o dictaduras, pero siempre imposiciones de unos sobre la voluntad de muchos otros. Por contraste, en las democracias consolidadas, existen prácticas democráticas enraizadas en la sociedad, con sustento en las instituciones, para evitar tal simulación y someter a quienes resulten electos al escrutinio público, la rendición de cuentas y la eventual conclusión del mandato, sea por derrota electoral o bien por revocación o destitución.
4.
Lo que es evidente es que ha sido la reciedumbre institucional, el funcionamiento de los pesos y contrapesos y la decidida participación e involucramiento de los ciudadanos y las organizaciones civiles lo que ha propiciado raíces democráticas profundas en las democracias consolidadas. Recientemente, la democracia fue puesta a prueba en los Estados Unidos, al punto de incitar a la turba a tomar el Capitolio y detener la transición del poder presidencial, siendo precisamente la reciedumbre de los resultados electorales, la integridad del Congreso y del Poder Judicial, contrapesos del poder presidencial, quienes sostuvieron la vetusta democracia estadounidense.
5.
En México, vivimos una larga marcha hacia la democracia por más de cincuenta años, algunos de ellos álgidos y cruentos. La democracia fue tangible a partir de las reformas políticas sucesivas desde 1977 hasta 1997, las cuales llevaron a la autonomía de la organización de las elecciones, el padrón electoral confiable y la alternancia en el poder. Posteriormente, se vivieron las reformas de 2008 y 2014, en las que se incluyeron otras salvaguardas, como el financiamiento público, el modelo de comunicación política, el monitoreo de spots, la fiscalización de recursos, la no injerencia de servidores públicos y las causales de nulidad. Todo ello pensado para eliminar la subcultura del fraude electoral que tanto daño hiciera. Como fuera entonces, la democracia, nuestra democracia, requiere como nunca de la vitalidad de los ciudadanos y la entereza de las instituciones para protegerlo. Corresponderá a las instancias jurisdiccionales el hacer valer la constitucionalidad de todo el proceso pero al final del día, al emitir libremente su voto, serán los ciudadanos quienes le den nuevamente impulso.