1.
Conforme en el país se procede a la apertura de las actividades productivas, la comunidad científica mundial discute cómo atajar los efectos perniciosos en la salud pública. Categóricamente, se dice, hay dos maneras: o se encuentra una vacuna que inmunice a la población, o bien, ésta adquiere inmunidad por haber adquirido y superado al virus, que es la forma natural como las especies se adaptan a las siempre cambiantes condiciones ambientales. Dependiendo del camino por andar, son las decisiones y protocolos a aplicar. Si la decisión es esperar a la seguridad total de una vacuna, entonces el confinamiento y controles draconianos son lo indicado, pues se trata de detener los contagios y ganar la carrera por una nueva vacuna. Si, por el contrario, la opción es contener al virus lo suficiente para que la población genere inmunidad y reduzca por ésta la letalidad del mismo, entonces algo como el camino sueco sería lo indicado. Lo que no puede suceder es persistir en un pasmo indefinido, que ya se refleja en miles de vidas perdidas, millones de empleos y destrucción de valor por muchos billones de dólares, en lo que puede ser la mayor recesión de la época contemporánea.
2.
En Suecia (Karlson, Stern, Klein, “Inmunidad de grupo es la única opción realista, la cuestión es cómo llegar ahí de manera segura”, Foreign Affairs, 12 de mayo de 2020) no se adoptó el drástico modelo chino, en el cual 50 millones de personas estuvieron bajo cuarentena en la provincia de Hubei, ni el de otras democracias occidentales que tomaron agresivas medidas autoritarias de confinamiento y paro para combatir al nuevo coronavirus. Para mediados de marzo, y México no fue la excepción, casi todos los países de la OCDE habían implementado alguna forma de paro con cierres en las escuelas y universidades, centros laborales y transporte público; restricciones o prohibiciones de reuniones públicas y límites a la movilidad interna e internacional. Sólo Suecia fue la excepción en Occidente, pues no declaró un estado de emergencia, sino que pidió a sus ciudadanos adoptar medidas de distanciamiento social de manera voluntaria.
3.
Los suecos adoptaron algunas restricciones para aplanar la curva de contagios, como limitar reuniones de más de 50 personas, cierre de bares, educación a distancia en prepas y universidades, entre otras, pero evitaron los duros controles, multas y uso de la fuerza; cambiaron
su comportamiento, pero no tan a fondo como en otros países. Muchos restaurantes permanecieron abiertos con límites al aforo, los niños fueron a la escuela con medidas sanitarias y en contraste con la vecina Noruega o algunos países asiáticos, no se utilizaron tecnologías de geoposicionamiento o aplicaciones móviles para evitar afectaciones a los derechos humanos.
4.
Las autoridades no refieren oficialmente alguna cifra de inmunidad de grupo, pero varios científicos consideran que es actualmente de más de 60%, lo que es directamente una consecuencia de haber mantenido abiertas las escuelas, restaurantes y la mayoría de los negocios. Anders Tegnell, el jefe epidemiológico de la Agencia Sueca de Salud Pública, sostiene que la ciudad de Estocolmo podría alcanzar la inmunidad de grupo a finales de mayo. A cambio, Suecia mantuvo una cierta normalidad económica con una letalidad por debajo de las tasas de otros países europeos. Cuando el mundo enfrente una segunda oleada, lo que podría suceder en el próximo invierno, Suecia habrá dejado atrás lo peor de la pandemia, resintiendo entonces menores efectos.
5.
Tal estrategia no es públicamente replicable, pero sostiene una buena parte del “core” científico, la inmunidad es la única forma de realmente regresar a la normalidad, es decir, a no hacer inútil la forma en que vivimos, que es social, afectiva y económicamente abierta.