1.
Una pregunta recorre el mundo desde hace tiempo: si la democracia tendrá capacidad de sobrevivir a los desafíos contemporáneos, que parecieran estar llamando a líderes eficaces y personalistas a asumir las riendas del poder. Ha sido típico en periodos difíciles, como fue en la República de Weimar en el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial, que líderes carismáticos como Adolfo Hitler se apoderen de las instancias de poder utilizando las vías que la democracia dispone para competir electoralmente y después, utilizan dicho poder democrático para destruir a la propia democracia. Sin embargo, no se trata sólo de liderazgos personalistas, sino de un cúmulo de situaciones concurrentes que abonan el terreno para ese desplazamiento institucional.
2.
En la República Española, el general Francisco Franco aprovechó la polarización de la sociedad, en gran parte conservadora y casi medieval, para alzarse contra la República democrática, contando con la indiferencia de otras democracias y con el apoyo irrestricto de las potencias fascistas en ascenso, Alemania e Italia. En este caso, el general Franco se hizo del poder por la fuerza, destruyó las instituciones representativas y se apoyó en las tradiciones monárquicas para una larga dictadura que duraría casi cuatro décadas hasta su muerte en 1975. Tras ello, los españoles construyeron una monarquía constitucional democrática y se integraron a la Unión Europea, conciliando lo mejor de las tradiciones monárquica y democrática, en beneficio de la sociedad.
3.
Después de la gran conflagración mundial, el mundo viviría una oleada de transiciones a la democracia, pasando ésta de ser una rareza, a constituir una pauta a seguir, en tanto régimen que combina libertades, gobiernos responsables y eficaces, participación y aceptación ciudadana y desarrollo humano y económico constante. Tras la caída del Muro de Berlín, los países exsoviéticos del Este de Europa se convirtieron en regímenes democráticos y muchos, la gran mayoría, también se integraron a la Unión Europea.
4.
Recientemente, Kurt Weyland (Journal of Democracy, enero 2024) estudió los riesgos de la democracia ante la emergencia de sucesivos gobiernos personalistas/populistas para ver si éstos podrían derrocar las democracias y establecer regímenes totalitarios o absolutistas. No es posible negar, dice Weyland, que los líderes elegidos democráticamente pueden, en principio, abusar de sus posiciones para concentrar el poder, oprimir y acosar a la oposición, limitar a la sociedad civil, socavar a la prensa y sesgar el terreno electoral, pudiendo debilitar la democracia constitucional desde dentro. Los casos de Alberto Fujimori en Perú, Hugo Chávez y Maduro en Venezuela, Víktor Orbán en Hungría, Recep Tayyip Erdogan en Turquía y más recientemente, Nayib Bukele en El Salvador pudieran dar testimonio de lo anterior.
4.
Empero, en otros casos, líderes carismáticos llegaron por esa vía y no estrangularon la democracia porque funcionaron los hitos institucionales previstos por la propia democracia en los contextos apropiados, sobre todo, de estabilidad económica interna y respaldo geopolítico exterior. Sobre todo la división de poderes y la distribución del mismo en varios niveles de autoridad central, estatal, regional y municipal. Aun cuando el personalismo/populismo puede ser una amenaza mortal para la democracia, el pluralismo liberal a menudo ejerce una considerable fortaleza, ya que los controles y equilibrios institucionales se mantienen firmes y las fuerzas de oposición se movilizan para frustrar las maquinaciones de los ejecutivos dominantes. Como resultado, la mayoría de los agresores populistas han fracasado ante una ciudadanía indómita, informada, plural, dispuesta a hacer valer su voto y exigir cuentas a los gobernantes, con lo que las triquiñuelas de control o debilitamiento institucional se desvanecen. Ante sí misma, la democracia necesita demócratas, ciudadanos dispuestos a votar, respaldar y defender el sentido de su elección.
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