1. Como uno de los efectos inesperados de la pandemia de Covid-19, la inflación parece hoy devorar todo lo alcanzado en la incipiente recuperación. Para este año, el Fondo Monetario Internacional estima que la recuperación mundial estaría entre 3 y 4% en los países industrializados, un poco más en aquellos en vías de desarrollo debido a las asimetrías estructurales. Pero, a contrario sensu, la inflación mundial se ha disparado al superar las expectativas (se creía en 3.6%, ya anda por 4%), poniendo a prueba la resiliencia de las economías y de las familias.
2. En esta semana, en que se realizan las reuniones de otoño de los organismos financieros multilaterales, la mala noticia es que la inflación no habrá de ser un fenómeno transitorio sino más bien persistente, alcanzando un pico probablemente hacia finales del año que, para peor, se mantendría a todo lo largo del próximo ejercicio. Ello significa que los precios de insumos básicos y materias primas subirán fuertemente en los próximos meses, señaladamente alimentos y energéticos y, por otras razones, también metales y semiconductores, esa infausta crisis de “chips” que está golpeando al sector automotriz, por ejemplo.
3. La inflación, como sabemos, es un resultado directo de la oferta y la demanda; es decir, la escasez de bienes impacta directamente en la elevación de precios más que el incremento natural en costos de producción. Y hoy hay escasez no necesariamente porque no exista disponibilidad de productos, sino porque con el stop provocado por la pandemia, las líneas de suministro y las cadenas logísticas se fracturaron, lo que no ha sido resuelto con la celeridad que se pensó sería posible. Ahora, es frecuente registrar un alto congestionamiento en los puertos comerciales, falta de contenedores y proliferación del mercado spot para entrega rápida, todo lo que constituyen agravantes en las presiones sobre los precios a los productores y al consumidor final.
4. En el sector de alimentos, el resultado ha sido un incremento promedio del 30% en los precios en los tres últimos años, no obstante las buenas cosechas registradas. En el ámbito energético, el precio del barril de petróleo supera los 80 dólares en tanto que el del gas al menos se ha duplicado, con importantes crisis de suministro en Europa y América del Norte, presionando significativamente las tarifas eléctricas. Y todo ello no obstante la existencia de disponibilidad mundial de petrolíferos suficientes como para atender la demanda, donde la nueva OPEP+ controlada por Arabia Saudita y Estados Unidos sostiene la actual expectativa moderada de producción.
5. Se aproxima el invierno, con lo que pronto estaremos ante el incremento de la demanda en estos dos importantes rubros, el de alimentos y el de energéticos. Para México, las expectativas del Banco Mundial perfilan una inflación hacia finales del año superior al 6% (hasta del 6.6%, dicen otros agentes económicos). Los precios de los energéticos continúan con tendencia alcista, alcanzando niveles no vistos en muchos años, al grado que China, uno de los grandes consumidores mundiales, ha anunciado racionamientos, al igual que en India, en donde podría haber grandes apagones. En Europa, los gobiernos nacionales están tratando de solventar los altos costos de la electricidad, vital para la calefacción en las viviendas, para mitigar el impacto en las familias. Pensar que la situación actual en los precios y una alta inflación, dominada por una escasez hasta cierto punto artificial, habrá de ser transitoria es una ilusión. Se tienen que resolver los problemas en las cadenas de suministro, en la logística de transporte y en la capacidad de los mercados para racionalizar el consumo. Nos espera un duro invierno, donde habrá mucho por hacer para ajustar políticas y evitar que una crisis energética, alimentaria o de cualquier otra índole se sume a la pandemia.
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