Desaceleración, el consenso de otoño

26 de Noviembre de 2024

Luis M Cruz
Luis M Cruz

Desaceleración, el consenso de otoño

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1.

Realmente es imperceptible la diferencia entre una “desaceleración” y una “recesión”, como no fuera el temor de las instituciones y agentes económicos por el segundo término, que suele golpear la confianza en los, siempre, sensibles mercados. Una desaceleración supone que se sigue creciendo, pero a un ritmo menor de lo esperado, en tanto una recesión es el crecimiento negativo por dos o más trimestres consecutivos, es decir, algo así como mirar un vaso medio lleno o medio vacío, pues en ambos casos la actividad económica general se contrae.

2.

Tras concluir la reunión anual de otoño del Fondo Monetario Internacional (FMI)y el Banco Mundial, la desaceleración es el consenso, con severas advertencias al futuro inmediato. Si prevalecen los riesgos geopolíticos entre potencias (Siria, el mar de China y Norcorea, Irán y Arabia Saudita-Yemen, entre las principales), si se intensifican las guerras comerciales de Estados Unidos con China, la Unión Europea, sus “aliados” Canadá y México, Japón, Dinamarca –Rusia no, desde luego—, además de los golpes estructurales autoinfligidos por cuestiones internas en los diferentes países, sean mala planeación, malos cálculos o virajes proteccionistas, entonces la situación global podría pasar la delgada línea roja entre la desaceleración y la recesión.

3.

El consenso de otoño en Washington fue, literal, “la economía global está desacelerando, pero todavía no cayendo en una recesión”, seguido de la advertencia sobre la incertidumbre generada por los riesgos geopolíticos con otros factores idiosincrásicos y estructurales afectando la capacidad de las políticas económicas para funcionar en el sentido correcto.

4.

No es, pues, un asunto de tener unos números u otros. Tampoco una cuestión de voluntades, pues hasta la capacidad de los bancos centrales para sostener la estabilidad monetaria se está reduciendo. En la gran crisis financiera global de hace 10 años, los bancos centrales acudieron a la deuda pública para comprar activos de empresas estratégicas en problemas e inyectar liquidez, dinero barato, a las economías para que siguieran funcionando. Ello provocó en los países más desarrollados, como Estados Unidos, Alemania, Francia o Reino Unido, deudas públicas cercanas o superiores al 100% del PIB, lo que reduce notoriamente la posibilidad de repetir el esquema.

5.

En el futuro inmediato, la economía de cada país registrará fragilidades adicionales, pues la aversión al riesgo aleja las inversiones necesarias para crecer, desarrollar infraestructura y generar demanda de productos y materias primas, es decir, holguras de mercado en las cuales realizar negocios, generar empleos y distribuir ingreso. La vieja fórmula para enfrentar el futuro con innovación, productividad y sostenibilidad estará a prueba, pues adicionalmente se requiere volver a comprender cuál es la esencia de una economía compleja, interdependiente y competitiva como lo es la economía abierta contemporánea. Ningún país puede por sí solo resolver los problemas, si bien unos países tienen más capacidad que otros para crearlos. En el caso de los Estados Unidos, el llamado a la responsabilidad es más que evidente, siendo el gran superpoder del cual dependen las variables internacionales, en tanto que países periféricos y dependientes como el nuestro sólo tienen espacio para una política acomodaticia con la cual sortear los riesgos. Como alguna vez dijera el expresidente del gobierno español, Felipe González, si algo se puede hacer para enfrentar la crisis, requiere hacerse de inmediato. Al menos, crear confianza interna para invertir y compensar las fallas del mercado con el vuelco al interior donde hay tanto por hacer. Cosa de recordar, hubo un tiempo en el que funcionaban los pactos obrero-empresariales para incentivar la inversión, el empleo y los salarios.