1.
Las frías cifras tienen siempre un costo social. Que la desinflación sea el objetivo también. Pero, aunque no guste, tiene razón Jonathan Heath, subgobernador del Banco de México, al señalar el impacto de la política monetaria en el desempeño de la economía: la mejor contribución que la primera puede hacer al crecimiento económico es generar estabilidad de precios. Tal aseveración puede parecer insensible, pero es una realidad tangible. La inflación, lo sabemos todos, es implacable, afecta desproporcionalmente el bolsillo de los consumidores y contribuyentes, pues quienes menos tienen deben pagar mucho más por los bienes y servicios indispensables. De no detenerse, el daño causado puede romper los bolsillos y no parar ahí, deteriorando el sistema productivo, los empleos, el abasto y lo que se le oponga.
2.
La crisis actual es compleja porque concurren varios fenómenos disruptivos. Es en realidad una policrisis, en la que hay factores desencadenantes e intervinientes actuando al mismo tiempo, que requieren de medidas extremas para hacerles frente. Los bancos centrales debieron echar mano de instrumentos restrictivos como son las tasas de interés, pues las bolsas fiscales se encuentran extenuadas tras haber sorteado el stop provocado por la pandemia de Covid-19, cuando la mayoría de los gobiernos subsidiaron el consumo básico de la población para enfrentar, contener y tres años después, prácticamente vencer al coronavirus a un altísimo costo de vidas y recursos consumidos.
3.
Se pensó que el retorno a la normalidad sería en automático, pero como nada humano lo es, la ruptura de cadenas productivas, la logística y los distintos tiempos de respuesta de cada país generaron súbitos impulsos inflacionarios y crearon una contingencia mundial, agravada por la invasión rusa a Ucrania que agregaría incertidumbre y descontrol de los mercados energético y alimentarios globales. Así, a los 400 millones de personas caídas en pobreza laboral por el Covid-19 estimados por la OIT, se agregaron 300 millones más en pobreza alimentaria según la FAO al subir drásticamente los precios de insumos básicos como el maíz, el trigo, el aceite comestible y otros más como resultado de la guerra y de sequías e inundaciones, consecuencia del cambio climático.
4.
Ciertamente, la Reserva Federal de Estados Unidos tiene el doble mandato de controlar la inflación y fomentar el crecimiento económico, pero en estos álgidos tiempos, ha privilegiado el control de la inflación, sosteniendo la elevación de las tasas aún al riesgo de provocar una recesión si se les pasa la mano. Las tasas en Estados Unidos fueron de un punto a 4.75 en tan sólo un año, con la previsión, Jerome Powell dixit, de continuar subiéndolas quizá hasta 5.5 % para reducir la inflación por debajo de 5 % este año, buscando converger hacia 2 % en 2024.
5.
En México, la situación impacta de manera distinta, pues el mercado funciona de manera imperfecta. Más de la mitad de la economía es informal y hay además, precios de bienes y servicios fijados por el gobierno, como son los energéticos (gasolinas y electricidad), tarifas (de caminos, aeropuertos, marítimas) e impuestos y derechos que son transferidos al consumidor final, constituyendo un importante agregado inflacionario. Es por ello que, a diferencia del vecino del norte, la inflación se sitúa en torno al 8 %, con las tasas de interés ya en 11 %, más de 6 puntos de diferencia respecto de la FED. El diferencial de tasas es lo que explica la fortaleza del peso, pues garantiza la entrada y permanencia de capitales pero eleva el costo social del combate a la inflación. Como corolario, la cuesta de enero apunta a serlo de todo el año, al ser afectados los precios de los alimentos de la canasta básica hasta en 15 % (Inegi) devorando el salario y poniendo en jaque la economía familiar. Recuperar el salario será un próximo paso que sin duda agregará agitación política al contexto.