1.
En estos días y hasta el 12, se estará realizando la Conferencia de las Partes contra el Cambio Climático de las Naciones Unidas (COP28), que ya va en su 28ava edición, en la ciudad de Dubai, Emiratos Árabes Unidos. Paradójico, hace unos días también, Dubai debió capear inundaciones inusitadas, pues es una región desértica en la que llueve muy poco; no obstante, las lluvias del monzón de invierno les afectaron y se vieron escenas impensables, atribuidas, desde luego, al cambio climático que ha distorsionado las precipitaciones.
2.
La COP28 tendrá lugar en un ambiente apocalíptico, habrá todo tipo de rasgaduras inclusive papales para hacer algo ya, inmediato y definitivo, para evitar que el calentamiento global rebase lo propuesto por la ONU, que son 1.5 grados centígrados promedio en este siglo, cuando hay estudios que muestran que falta poco para rebasar ese horizonte, provocando lluvias torrenciales, sequías prolongadas, elevación del nivel del mar con riesgo para islas y zonas bajas y costeras, así como pérdida de tierras cultivables y acuíferos, que inciden en los precios de los alimentos y la hambruna consecuente.
3.
Las medidas y compromisos que habrán de asumirse hablan de la necesidad de reducir la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI), señaladamente CO2 y Metano, que provienen de las principales actividades humanas: la producción industrial y el transporte, por un lado, y la agricultura y producción de ganado, por el otro. Más allá de las condenas habituales al uso de combustibles fósiles y la promoción de energías verdes renovables, el compromiso de los países por elevar sus contribuciones nacionalmente determinadas (para reducir emisiones y acelerar la transición verde) y plantear los requerimientos casi infinitos para financiar los procesos de remediación, mitigación y transición indispensables (andan por el orden de los 500 mil millones de dólares anuales), es poco lo que podrá lograrse. La propuesta estadounidense para la fusión nuclear es una quimera que tardará 50 años en materializarse. ¿Y mientras qué?
4.
Una solución global como la que se requiere, necesita que los países perpetradores, los responsables de la emisión de la mayor parte de los gases GEI (China, Estados Unidos, la Unión Europea, India y Rusia) asumieran el costo de las afectaciones, compensando a los países víctimas del cambio climático (como México, Bangladesh o las naciones insulares), pero también a países productores y exportadores de alimentos como México, Argentina, Brasil, regiones de África, Ucrania (tan afectada por la guerra), entre otros.
5.
En el fondo, la solución real sería que todo el mundo pudiera reducir sus patrones de consumo. En la época preindustrial, cada habitante (siendo mil millones de personas) era responsable de la emisión de dos toneladas de carbono equivalente al año. Hoy (siendo ocho mil millones) cada uno emite siete toneladas de carbono equivalente. Tendría que reducirse al menos a 5 toneladas de carbono equivalente, lo que implicaría abandonar muchas prácticas de consumo asociadas al confort contemporáneo, como los autos (aún los eléctricos son consumo), los viajes (los aviones supercontaminan), los electrodomésticos, artículos inteligentes como los celulares y pantallas y desde luego, la alimentación, que será cara y escasa en el futuro. Producir un kilogramo de carne requiere miles de litros de agua y cientos de kilogramos de cereales. Tal es el tamaño del reto: controlar el crecimiento de la población mundial y cambiar sus patrones de consumo. Mientras, lo políticamente correcto será seguir culpando a los combustibles fósiles, a los automóviles, al lujo, a la desigualdad y a la guerra (producir armamentos consume muchos recursos). Pero no habrá instituciones financieras a costo cero o fondo perdido, para impulsar las estrategias de transición hacia la sostenibilidad y sustentabilidad. Van 28 reuniones COP, ¿cuántas más?
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