1.
En el mundo, la inflación se ha desbordado como consecuencia de situaciones concurrentes, entre las que destacan la ruptura de cadenas de suministro y de producción, dislocación de la logística de transporte marítimo y terrestre y, por supuesto, la invasión rusa a Ucrania, que asestó un golpe significativo a los mercados de energéticos y de alimentos, disparando aún más los precios. El problema que pareciera sencillo de resolver en términos de oferta y demanda, se ha tornado grave porque la oferta no puede ser abastecida en tanto no se resuelvan las causas provocadoras de la escasez que son esas rupturas y golpes a las cadenas de suministro.
2.
Ante ello, los bancos centrales han decidido atajar el problema antes de que el daño a la inversión y el crecimiento resulte irreversible. La inflación es una de las peores situaciones económicas, pues consume no sólo el esfuerzo productivo de una economía sino también los ingresos y las expectativas de los consumidores, sobre todo, como casi siempre sucede, de quienes menos tienen, cerrando oportunidades y acentuando la pobreza en general. Tan sólo por el golpe al empleo causado por la pandemia de Covid-19 fueron afectados casi 300 millones de puestos, llevando o devolviendo a la pobreza a unos 400 millones de personas, según estimaciones gruesas de la Organización Internacional del Trabajo. Si bien en 2021 se había registrado el rebote de la caída anterior, el restablecimiento de las condiciones anteriores a la pandemia no fue posible, agravados por la guerra en Ucrania y la cauda de sanciones y desconfianza aparejados que enrarecen aún más el ambiente. Para Agustín Carstens, “dejen trabajar a los bancos centrales”, porque el costo puede ser alto hoy pero mucho peor si no se hace nada.
3.
El hecho es que los bancos centrales han adoptado medidas draconianas para enfrentar la inflación, a un costo que promete agravar aun más la situación de los consumidores y los más vulnerables. No parece haber otra salida en lo inmediato que contener el consumo y desacelerar el crecimiento económico, mediante la elevación de las tasas de interés, que es el instrumento menos disruptivo a la mano por el momento. El encarecer el costo del dinero, que es el significado real del incremento en las tasas de interés, implica reducir la inversión y el consumo a niveles mínimos, lo necesario quizás para no declarar una recesión.
4.
El jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos, Jerome Powell, explicó ante el Comité de Banca del Senado dos posibles caminos para la economía y la política monetaria en éste y el próximo año; con palabras tristes, considera que “con algo de suerte” la inflación se enfriará si mejoran las cadenas de suministro, es decir, si se resuelven los cuellos de botella en puertos, almacenes y transporte, además del confinamiento en China y la guerra en Ucrania. Si esto falla, prosigue Powell, la FED tendría que imponer una solución aún más dolorosa, en cuyo caso, el incremento en las tasas podría irse por encima del 4% en Estados Unidos (significaría 10% o más en Mx) golpeando los sectores de vivienda, automóviles y otros bienes duraderos financiables con crédito. Así, las disrupciones menguarían y mejoraría el balance… prácticamente al cesar la demanda.
5.
Es decir, en la visión de Powell existe la posibilidad de llevar la inflación hacia el objetivo del 2% en dos años, pero sólo si la demanda se reduce al menos tan rápido como subió la inflación, reconociendo que se desestimó el problema de desborde perceptible al cierre del 2021. Ahora resta ver si los líderes del G7 reunidos en Elmau, Baviera y de la OTAN/Unión Europea en Madrid logran cuadrar el círculo para un milagro, resolver las contradicciones y encontrar una solución a la guerra en Ucrania –una especie de Plan Marshall, dicen– con márgenes y recursos para mitigar el efecto en los más vulnerables, golpeados por el desabasto y una inflación galopante.