1.
Finalmente, Estados Unidos debió aceptar lo inevitable, la conclusión de la larga guerra de intervención sostenida en Afganistán por casi 20 años. Al momento, pocos recuerdan que los estadounidenses liderando una coalición de aliados, invadieron el país persa un 7 de octubre de 2001, casi un mes después del atentado terrorista de la organización Al Qaeda contra las torres gemelas de Nueva York y otros sitios estratégicos como el Pentágono y quizás la Casa Blanca en Washington, de no haberse desplomado en Pennsylvania el avión secuestrado con ese objetivo.
2.
Lo cierto es que ya desde hace varios años Estados Unidos se veían cansado por la larga guerra contra el terrorismo. Fue Donald Trump quien firmó el acuerdo de Doha en febrero del 2020 para el retiro de fuerzas, a la par que los aliados veían cómo este país abandonaba responsabilidades de defensa en Europa, Asia y el Oriente Medio. Lo que quería la administración Trump es que cada quien asumiera los ingentes costos militares que les correspondieran. En Europa, por ejemplo, Alemania y Francia emprendieron la construcción de una fuerza europea ante la posibilidad de abandono de la OTAN.
3.
Ciertamente, desde la Segunda Guerra Mundial, el orden internacional se ha sostenido por diferentes compromisos y antagonismos entre las potencias vencedoras. La conversión de Alemania y Japón en democracias funcionales sólo fue posible por la presencia continua de los aliados, sobre todo de tropas estadounidenses, en territorio de estos países y por la persistencia de un poder antagónico capaz de retarles tanto en la extinta Unión Soviética, ahora Rusia, y la China maoísta. Después de la guerra de Corea, la estabilidad en la península ha sido también posible por la presencia continua de tropas estadounidense en Corea del Sur, forzando un equilibrio del terror que hace posible la existencia de dos Coreas siempre antagónicas. Pero desde Vietnam, Estados Unidos no parece decidido a permanecer estacionado en otros territorios, librando no obstante diversos conflictos de menor intensidad tanto en Africa como en América Central, Yugoslavia y el Oriente Medio. En Siria, recordemos, el ejército norteamericano se retiró también tras la derrota del Estado Islámico, dejando a quienes le ayudaron, los kurdos, en manos del restablecido régimen sirio. Quizá no tarde mucho para que, presionados por las negociaciones con Irán, dejen Irak a su suerte.
4.
Entretanto, en Afganistán, la cuestión parece ser una derrota para Estados Unidos muy parecida a la que tuvo antes en Vietnam. Presionados por el desgaste, simplemente abandonaron el terreno forzando un nuevo equilibrio negociado con sus adversarios, ahora libertadores de Afganistán. Los talibanes actuales, estudiosos del Islam como se ostentan, son los herederos de aquellos que fueron derrocados tras apoyar a Al Qaeda y dar refugio a Osama bin Laden. El mulá Mohamed Omar, líder religioso de entonces, murió hacia 2016, siendo reemplazado por el emir Akthar Mansour, asesinado a su vez por un dron estadounidense en Pakistán. Le sucedió entonces el mulá Hibatullah Akundzada en el lilderazgo religioso, con Abdulghani Barandar en el oficio político y Mohamed Yakoob, joven hijo de Omar, y Jalalddin Haqqani en el brazo militar.
5.
Falto de apoyos y quizás tras una negociación secreta, el gobierno afgano colapsó y salió del país buscando evitar un baño de sangre y con la promesa de moderación e inclusión a la hora del cambio de régimen. Los talibanes de hoy habrán de ajustar cuentas con el pasado y buscarán establecer su rol en el complejo equilibrio regional, al que Rusia, China, Pakistán e Irán, otrora jugadores ocultos en el apoyo a la resistencia talibán, esperan asistir. Para el mundo, Estados Unidos fue derrotado y entramos de lleno a una era multipolar con hegemonías regionales relativas, no exenta de riesgos y de antagonismos por otros medios.
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